la consecuencia
sitio de Ana María Cano y Héctor Rincón
Por qué. Para qué

Bienvenido. Estás en el acopio de algo parecido a una antología de materiales producidos durante el ejercicio activo de dos periodistas. De nosotros. Ana María Cano y Héctor Rincón. ¿Por qué lo hicimos? Porque quisimos, en primer lugar; y porque creemos que en ellos (en esos materiales) hay muestras perdurables de lo hecho y con ellos (con los materiales) podemos presumir que nos ha presidido la consecuencia. Seguimos una línea desde el origen de nuestros tiempos. Y seguimos en ella. Cómo ejercimos el oficio está no apenas en artículos que escribimos para los medios que nos acogieron sino, sobre todo, en los medios que creamos para poder hacer de ellos lo que más queríamos y que creíamos que debe ser el periodismo. La Hoja y Savia, son botones de muestra de Para qué.

En el editorial que nos fundó que se titula
Búsqueda y hallazgo de la consecuencia hay más razones del Por qué y del Para qué de esta vitrina (pasaporte de ingreso la consecuenciaypunto.com), que está en evolución: sumaremos más archivos y escribiremos sin calendario y siempre huyendo de sumarnos a la bulla de la actualidad y mucho menos a la vulgar y barata desinformación que ahora abunda.

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Extraña y concreta



Dentro de esta armazón vegetal está la semilla del mangle piñuelo. Hay muchos en todas las orillas del Pacífico donde lo tomamos.

Cazadores de la

credibilidad perdida

De los buscadores de gazapos de antes, el periodismo ha tenido que inventar a los cazadores de mentiras que a veces son periodistas y a veces medios enteros. Cazadores de falsedades que no solo salvarán al periodismo (o a lo que queda de él), sino a la democracia (o a la que todavía se llama así).

Los más conocidos fueron los cazadores de gazapos. Uno de los más célebres se llamaba Roberto Cadavid, firmaba como Argos, y se volvió temible para los periodistas. También había cazadores de datos falsos; de contradicciones; detectores de lagunas informativas y en fin y en fin, el periodismo buscaba maneras de ganar ante sus audiencias el duro trofeo de la credibilidad.
Todo era más manso entonces. No se habían desatado los demonios de las redes sociales con su cargamento de embustes en no me acuerdo cuántos caracteres. Y a esos usuarios felices de estrenar manera de opinar, se unieron los interesados en conquistar poder, o político o social o económico, que volvieron alcantarilla el inventico.
Con el camino pavimentado por el número de consumidores y por el éxito que alcanzaban las mentiras insólitas, llegaron a meter mano los que buscaban resultados políticos. En Colombia hicieron fiesta en octubre de 2016: el triunfo del No en el referendo sobre el Acuerdo de Paz que se estaba gestando no fue abrumador, pero fue. Ganaron las falsedades que la gente se tragó porque estaban listos a creer lo que fuera para atajar el Acuerdo.
Las redes mostraron ahí que todo lo que se ocurriera podía ser tomado en serio. Y explotaron las llamadas “bodegas” y nacieron los influenciadores y la verdad ya no importó más. Todo podía ser mentira. O de pronto, podía ser verdad. A esa confusión se sumaron revistas, periódicos y periodistas que derrocharon prestigio y olvidaron ética y se dedicaron a la desinformación interesada porque le apuntan siempre a la reputación de alguien o a la exaltación de algún sinvergüenza que se les parezca.
Así están las cosas. Por fortuna al lado de esos medios pervertidos por la mentira, en Colombia han pelechado esfuerzos profesionales de periodistas pura raza. Vorágine, Colombiacheck, Raya, Verdad Abierta, Armadillo, Presunto Podcast y otros han ganado respeto y audiencia. Tanta que reciben apoyos anónimos y solidaridad agradecida, por colombianos ofendidos con las falsedades desinformativas.
En el mundo, donde el periodismo también es usado para confundir, hay cerca de 450 organizaciones que trabajan para encontrar, demostrar y señalar a los mentirosos que muchas veces están en las propias redacciones. Son bloques de búsqueda que se esfuerzan por intentar salvar al periodismo del derrumbe de su credibilidad. Saben ellos –y todos los otros vigilantes– que no solo salvarán al periodismo, sino a la democracia.

Héctor Rincón, abril 2024

ví | oí | leí



Sección para contar otras cosas, para huir del monotema, para recibir sugerencias sobre qué hacer con el ocio que es lo que más nos complace en estos tiempos.

Entre las inagotables opciones que ofrecen las plataformas de entretenimiento, muchas, muchísimas películas y series, se alimentan del suspenso policial: crímenes, desapariciones, secuestros, espionaje. Encontrar otros ángulos, otros géneros, otras visiones, es un ejercicio riquísimo. Aquí algunos hallazgos recomendables.

Irene Vallejo venía del Japón o de Islandia, algo como eso a donde suele ser invitada a hablar de su fascinante literatura, y aceptó ir a Quibdó. Con la Feria del libro de Bogotá como imán, la autora de El Infinito en un junco aceptó ir un fin de semana a la capital del Chocó a hablar, ver y sentir. No es posible (y puede que ni necesario) hacer la lista de literatos colombianos con algún renombre que hayan ido a Quibdó. Menos que hayan dormido en Quibdó. Muy pocos.

 

Limbo se llama una película enfocada hacia los emigrantes forzados que llegan a Europa buscando la luz esquiva del futuro. Sin dramas (ni siquiera el que supone llegar a bordo de lo que sea a Europa desde el norte de África o desde el oriente cercano), sin registrar esa odisea humillante que ha sido tratada por documentales y por otras películas, Limbo se dedica a contar una historia insólita cobijada por esa condición escasa que es la solidaridad. Bellísima esta película que narra el había una vez un sirio y un afgano que se encontraron por azar en una remota isla de Escocia.

Murió Eduardo Escobar y se dijeron de él bellezas. A quienes lo quisimos, su muerte nos invitó a volver a tantas deliciosas conversaciones que tuvimios.  Eduardo, poeta, nadaísta, mecanógrafo como se describía, fue consecuente desde el comienzo. Un episodio lo puede retratar: en 1989 organizamos en Quirama, en Rionegro, un Seminario de Periodismo para hablar sobre lo que podía/debía hacer el oficio para entender lo que pasaba. El periodismo se pregunta, fue su definición. Fue la primera vez que nos juntamos con los que para entonces comenzaban a ser llamados “violentólogos” que eran académicos cuyas disciplinas los llevaba al análisis de la tragedia colombiana.

Muy útil y muy concurrido el seminario. A Eduardo Escobar, que también era columnista y eventualmente cronista, lo invitamos a integrar un panel que discutía el tráfico de drogas como uno de los factores de perturbación. Cuando usó la palabra comenzó con una confesión: “Yo vengo aquí a hablar como consumidor”. Y lo hizo de una manera brillante, franca, risueña. Inolvidable.

Entre tanto y tantísimos tuits (sigamos llamándolo así, ¿y qué?), entre esa montonera de habladurías, este de Margarita Posada, periodista y escritora, nos impactó:

De todo lo visto recientemente, dos series de las plataformas merecen recomendarse.

Una ayuda en medio de tanta oferta. Los Caballeros. Mezcla la comedia con el drama y la aventura con el suspenso. Son ocho capítulos y tiene una solo una temporada, qué dicha. Con sello inglés, sus protagonistas son Theo James y Kaya Scodelario. Netflix.

Ya son varias las Modern Family que están por ahí, dando vueltas, esperando clientela. Llegué por primera vez a este formato con Modern Family Amsterdam, que son seis capítulos de media hora cada uno. Fácil de ver, y sin comprometer en ello una vida porque solo es una temporada. Y muy buena. Los cuadros que ponen en escena son diversos, bien realizados y, sobretodo, con una calidad actoral sorprendente.

Sigue leyéndose a Italo Calvino en estos meses de sus cien años de haber nacido. Hay mucha obra a la que volver a leer o descubrir. Los amores difíciles son unos breves cuadros de insolencias deliciosas. Uno de ellos se titula La aventura de un fotógrafo y resulta ser un augurio lúcido de lo que pasaría en el comportamiento del mundo. Dentro de ese relato escrito en 1953, este párrafo:

Los griegos, los antiguos griegos, la cultura helénica, son más mentados que conocidos.

Tantas citas textuales provienen de ellos que parecería que son como de la familia. Pero cuando un investigador propone reconstruir una historia de la cultura griega hace un panorama de conocimientos y de sensibilidades que hace ver la dimensión colosal del mundo inventado y nombrado por los griegos que ha sido tomado, recreado y simplificado en primer lugar por el imperio romano y después por muchos otros.

El interés apasionante que despierta la lectura de Navegando por el mar del vino. Por qué los griegos son importantes es mérito de Tomas Cahill, ducho en reconstruir momentos cruciales de la historia de la humanidad y de mirar por escenas el modo de ser humanos que tuvieron los griegos: el mito, la guerra, el sentir, la poesía, la filosofía, el arte, para contar al final cómo terminó su cultura, conforman los momentos iniciales de una conciencia personal y colectiva que llega hasta estos días que vivimos. Iluminar lo que nos pasa con las luces que dieron los griegos es algo que se agradece. Y también se agradece a quien editó esta gran obra del escritor americano Cahill que murió en 2022 y escogió para la traducción al castellano a Julio Paredes, uno de los mejores. La editorial Norma, en Colombia lo publicó en el 2005. Este de los griegos es tan o más revelador que el de De cómo los irlandeses salvaron la civilización de este mismo escritor.

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Cuando de un Pacó brotan las primeras flores, son de este color. En la orilla del mar, como aquí en la Isla Gorgona, o a 1.500 metros de altura en donde también viven.

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El Tambor (Schilzolubium parahyba) sube y sube donde lo siembren. Y se recomienda sembrar hasta los 1.600 metros de sltura. Y puede subir hasta 35 metros de altura.

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Un Totumo ha cambiado de ojas. El Totumo de nuestro jardín. A pesar del azote del sol y de las lluvias esquivas, el árbol está feliz y sigue en plena producción.