Por qué. Para qué
Bienvenido. Estás en el acopio de algo parecido a una antología de materiales producidos durante el ejercicio activo de dos periodistas. De nosotros. Ana María Cano y Héctor Rincón. ¿Por qué lo hicimos? Porque quisimos, en primer lugar; y porque creemos que en ellos (en esos materiales) hay muestras perdurables de lo hecho y con ellos (con los materiales) podemos presumir que nos ha presidido la consecuencia. Seguimos una línea desde el origen de nuestros tiempos. Y seguimos en ella. Cómo ejercimos el oficio está no apenas en artículos que escribimos para los medios que nos acogieron sino, sobre todo, en los medios que creamos para poder hacer de ellos lo que más queríamos y que creíamos que debe ser el periodismo. La Hoja y Savia, son botones de muestra de Para qué.
En el editorial que nos fundó que se titula
Búsqueda y hallazgo de la consecuencia hay más razones del Por qué y del Para qué de esta vitrina (pasaporte de ingreso la consecuenciaypunto.com), que está en evolución: sumaremos más archivos y escribiremos sin calendario y siempre huyendo de sumarnos a la bulla de la actualidad y mucho menos a la vulgar y barata desinformación que ahora abunda.

Y entonces, La Hoja
Comfama y el Metro de Medellín, ponen a rodar una super edición (12 mil ejemplares) de algunas crónicas y reportajes publicados por La Hoja. Un bocado de lo que este medio miraba. Este es el prólogo que acompaña este libro
El mensaje en la botella, el que alguien lanzó al mar para llegar a unas manos algún día. Y la carta que quedó encerrada en un sobre sin abrir. Inesperado es en ambos casos lo que dice el mensaje, el tiempo que ha pasado oculto y la mirada curiosa y lejana de quien lo va a leer.
Algo así puede pasar con este libro. Entonces, Medellín reúne una muestra de la revista que nació hace 33 años, aquí en Medellín, la misma ciudad que es ahora, pero distinta entonces. Cada página puede descubrir una calle, una persona, un
paisaje, un hábito reconocible, pero que, al contarse así es como si lo descubrieran al tiempo quien escribe y el lector. La Hoja de Medellín desde la primera edición en agosto de 1992 hasta la última, dieciséis años después, en abril del 2008, encontró temas y manera de contarlos, que no estaban dichos por los medios tradicionales. Ellos estaban -y están- copados por el primer plano, por una actualidad en versión oficial, repetidos, sin sustancia.
La mirada detenida que La Hoja de Medellín hizo de la ciudad, del entorno, de lo cotidiano, construye un relato, todo en su conjunto, de lo que había en ese final del siglo XX, de lo que venía de atrás y también de lo que ya despuntaba como lo que seguía. Menciones de la revista han aparecido y permanecido en estos años en los que en los estantes de las bibliotecas públicas o privadas, alguien consulta cómo era algo, alguien, o algún detalle específico. Porque perdura un sabor, un sentido, un hallazgo, contados con palabras escogidas, es la razón de ser de abrir para este momento, esta manera de contar la ciudad y de mirarla en perspectiva, con lo que perdura, lo que cambia, lo que es y seguirá siendo importante.
En la colección Palabras Rodantes, tan de largo aliento, publicar este testimonio de La Hoja en el año dedicado a Medellín y a la ciudad -ya tres veces y media centenaria-, nos honra. Comfama y el Metro de Medellín se identifican en buscar sentidos, en contribuir al tejido común en esta enormidad que se despliega entre las montañas y la cruza un río, que está hecha de ciudadanos presentes, pasados y futuros a los que nos atan hilos a veces invisibles. Coincidimos en la búsqueda de ese hilo que nos une en La Hoja al reconocer al detalle esta ciudad inédita.
La ciudad que había en 1992 y siguientes. Cómo se veía Medellín de cerca y de lejos. El ímpetu que vence augurios y pronósticos. De qué va haciéndose el periodismo propio en La Hoja de Medellín. Y en este ahora como se ve ese entonces. Todo a continuación.
Entonces, Medellín. Esta manera de saludar que busca saber todo al tiempo: cómo está, qué piensa, qué sigue, es el saludo de La Hoja a esta ciudad ahora. Al empatar las dos puntas alcanzamos a encontrar algo inesperado. Como en la botella o como en la carta sin abrir.
Es tanto lo filmado, lo leído, lo repasado por series, libros, películas e imágenes de archivo que podemos dar por sabido cómo llegó, cómo era, cuánto cubrió aquel estruendo de Medellín cercada por el miedo. La sensación ciudadana de una derrota colectiva se retroalimentaba hora por hora con la imagen aumentada de los autores materiales, intelectuales, implacables, regocijados con su notoriedad.
Los ciudadanos de a pie resistíamos el acabose. Había por debajo algo que era sustancial, que no era visible. De esta búsqueda partió el ímpetu de dos periodistas que regresaban a Medellín y que pusieron a andar la necesidad de una revista mensual que se ocupara de lo que sobrevivía, de lo que se sobreponía, de lo que daba un sentido a permanecer en la ciudad. De entrada también un puñado de talentosos periodistas pusieron sus ideas, su intuición y su trabajo para dar cuerpo y espíritu a esa necesidad urgente compartida por estos periodistas y por los lectores que iban llegando. Sin trastiendas económicas ni políticas, ninguna trastienda, la revista debía ajustarse a este emprendimiento periodístico con buen gusto pero escueto.
Buscar otras voces, otras caras, recorrer otros barrios, subir calles, acudir a archivos documentales, consultar a investigadores, a científicos, desplegar la imaginación para encontrar material cotidiano que revelara claves y resultara apasionante si era bien contado. La discusión, la duda, la relativización, cotejar datos y opiniones, daban forma a los temas que salían en las reuniones que daban sentido y aclaraban cada tema en cada edición, una cada mes.
Desoíamos los lugares comunes que hacían de Medellín una ciudad que había que evitar o por el otro lado y en contradicción, la exageraban en una caricatura casi rural del paisa como un avispado, término que tiene un doble filo a la vista. Apartarnos de las tipificaciones, estereotipos, prejuicios para hacer un periodismo que contribuyera con una reconstrucción que emprendían personas, organizaciones, artistas que se oponían con su trabajo creativo a la pesadumbre.
A los periodistas de La Hoja se sumaron en la búsqueda escritores, artistas, fotógrafos, humoristas, analistas, para cumplir una cita mensual con los lectores y suscriptores, que también asistían a las tertulias y seminarios para debatir temas; los que llegaban a la fiesta anual tan asistida; los lectores de los libros que hicimos: cada manera de acercarnos para encontrar los hilos que nos reúnen. Ay país, Mujeres al borde, Diez sentidos de La Hoja reunieron a Florence Thomas, Alfredo Molano, Piedad Bonnett y muchos otros, con este grupo de lectores avisados que se había formado. Medellín secreto, el libro sobre Clausura, Suicidio, Masonería, Locura y Sexo, reportajes de una ciudad oculta; Quince años de mal agüero, columnas escogidas de Antonio Caballero o Ciudad vivida, la compilación que la Editorial EAFIT y La Hoja hicimos de 15 años de la revista, son estas otras obras que conforman el repertorio de estos dieciséis años coherentes de persistir en el propósito.
La Hoja tuvo sedes en el Parque Lleras cuando allí había una sala cuna y una pizzería, junto a la eterna Droguería La Perla. Hasta librería había en La Hoja en esa sede del Parque. Después en Manila estuvimos en dos casas sucesivas y en todas fue central el patio como el punto de reunión y el lugar de las tertulias y presentaciones.
Los nombres de los periodistas que uno por uno dimos vida a los 16 años de La Hoja es una lista ilustre que seguro quedará incompleta siempre porque alguno se nos escapa. Todos y cada uno creamos y recreamos esta cuidadosa búsqueda y escritura en las miles de páginas que forman la colección completa de La Hoja por lo cual es también inabarcable hacer una antología. Esta muestra de artículos que está aquí da cuenta del sabor y el sentido de La Hoja. Patricia Nieto, una periodista inaugural, junto a Héctor Rincón y esta que escribe aquí, Ana María Cano, que fuimos ambos sus fundadores y directores, somos autores de estos artículos escogidos.
Para dar una mirada a ejemplares facsimilares, con la curiosidad de constatarlos, existen colecciones de todas estos volúmenes de revistas (y después también periódico tabloide europeo cuando de esto no había aquí) en la Sala Patrimonial de EAFIT – allí está todo el acervo documental y gráfico de La Hoja, en la Biblioteca Luis Ángel Arango en Bogotá, en la Sala Antioquia de la Biblioteca Pública Piloto, o en la Hemeroteca de la Biblioteca Central de la Universidad de Antioquia. También quedan en algunas bibliotecas íntimas de los que hicieron parte de este Había una vez, La Hoja de Medellín…
(Para los nativos del Siglo XXI va esta posdata. Cuando hicimos La Hoja los teléfonos tenían un cable enroscado, estaban sobre la mesa de trabajo y sonaban igual todos. Internet por aquellos años 90 del siglo pasado era una red de intercambio de material entre científicos pero no era de dominio público. Los únicos buscadores éramos nosotros mismos. Mirábamos para el frente al caminar porque no teníamos nada en las manos que nos copara ojos, nariz y boca. Cuando estábamos presentes en un lugar estábamos presentes y cuando no estábamos, estábamos ausentes del todo: nadie podía decir, ni podía, “Me conecto” para aparecer como si estuviera. Las reuniones eran de carne y hueso todas. No había mundos paralelos a los que estuviéramos preguntándoles todo el tiempo todas las cosas. La entretención estaba en encontrarse con personas, en leer algo, en ver cine en teatros, porque la televisión era toda local o si mucho llegaba de Perú en parabólicas. Plataformas, entonces se llamaban a las tarimas. Éramos los mismos, pero otros).
Ana María Cano Posada
Medellín, septiembre de 2025
ví | oí | leí
Sección para contar otras cosas, para huir del monotema, para recibir sugerencias sobre qué hacer con el ocio que es lo que más nos complace en estos tiempos.
De otro libro (cuyo autor y esencia son cercanos a La Hoja) apareció en esta misma época: Se titula “Lista de encargos” y son poemas escritos por quien pocas personas sabían de que cargaba con este talento.
El autor, Luis Guillermo Ángel Correa, conocido por casi todos como El Paisa Ángel, decidió dejar ver el tesoro que por muchos años guardó con llave en su corazón amplio y hondo.
Ángel, un personaje ligado durante épocas largas a medios de comunicación, al mundo publicitario y a la creación de bienestar colectivo como la Fundación Sanar para niños con cáncer, no había dado muestras públicas de lo que decidió mostrar en agosto de 2025 ante un grupo restringido de familiares y amigos muy cercanos a su alma.
El libro, con un prólogo de Daniel Samper Pizano, sorprendido y lleno de justa admiración, es un viaje sincero al fondo de él mismo, en donde el Paisa Ángel permite entender mejor que es, aparte de sabroso, risueño, generoso y todo lo demás, un intelectual sólido, construido de insaciables lecturas y lector de pensamientos y de civilizaciones.
Solo daré uno de los poemas incluidos en “Lista de encargos”, un libro destinado a ser reeditado y puesto en librerías.
Zozobra
Un lunes, martes, domingo… habré de morir.
Entretanto:
Vivo los días asido al pecho de mi madre.
Juego a los bomberos, ya todo arde.
Aprendo el alfabeto, deletreando genocidio.
Evidencio la muerte en la decisión de todas las formas de lucha.
Practico el tiro al blanco, al negro, al mestizo, al mulato, al indio, en el servicio militar.
Asisto a los funerales de la ida esperanza… ¡Cuántas veces!
Leo muy lentamente, cada segundo, un secuestrado… “Los días que se arrastran”.
Recuerdo, solo para cambiar el escenario, “El canto de las moscas”.
Ese lunes, martes, domingo… estaré asido, ahora a la amada.
Seré entonces un nombre y dos fechas.
Y en ambas, mujeres.
Ellas, el oasis en la zozobra de esta travesía.
Paseo por la Cordillera
Ante los asistentes a Narrativas Pueblerinas (un encuentro anual, grato, sorpresivo y nutritivo en Jardín, Antioquia), en agosto 2025 se perfiló desde muchos ángulos a Riosucio, el famoso pueblo de Caldas.
Dentro de música, personajes, fotografías y precisiones alrededor de lo que es y significa el Diablo en el Carnaval de Riosucio (que así se llama), el periodista Ricardo Aricapa presentó la obra literaria de Ariel Escobar Llanos, un arquitecto que dejó escritas sus memorias sobre lo que ocurría en Riosucio, su mundo adolescente.
El libro, editado hace años, re-editado ahora por una de las hijas del autor, se titula ”Historias del viento en la cordillera” y entonces nos puso al alcance la fluidez y la espontaneidad del autor y, con esas notables herramientas, los cuentos risueños, despampanantes y hermosos de lo que pasaba por esos recovecos.
Un placer.
Paso a plataformas
.Que se va a estrenar la cuarta temporada de “Caballos lentos”. Noticionón. Quizás no hay nada mejor en las plataformas, en historias de espías, policías y conspiradores, que este entretenimiento inglés que tiene en Gary Oldman su estrella. Es exquisita en todo. Y da para repetir temporadas enteras. En Apple.
.Si logra tragarse el impacto de la noticia de que Mubi fue comprada por un inversionista israelí, suscríbase a Mubi. Y si es cierto ese cambio de dueño, roguemos para que quede algo de una idea extraordinaria: poner al aire cine de otros mundos, en otras lenguas, con realidades que complementan el contenido de las otras plataformas.
.Muy bien estuvo Delirio, la serie colombiana con base en una historia de Laura Restrepo. Buenas actuaciones (memorable la ira y el intenso dolor de Juan Pablo Urrego que antecedió a la muerte de un socio), buenas locaciones, buen sonido. Perdió fuelle en el último capítulo que resultó un refrito de escenas anteriores. Netflix.
.Buenísima la idea de “Club del crimen de los jueves”, que se dio como película pero que está que da serie. La idea, digo. A un grupo de actores en edad interesante (Helen Mirren, Pierce Brosnan, Ben Kingsley) los reúne el azar y la jubilación en un asilo grato y se convierten en investigadores de crímenes. Divertida. Han encontrado una veta. Netflix.
.Insisto en Hacks. En Max. Un par de comediantes se divierten/sufren/se quejan/triunfan en el difícil oficio que escogen. Pasan bueno ellas y los espectadores por el humor corrosivo del que se nutren.
.Me gusta “División Palermo”. Boba, predecible, exagerada. Pero de capítulos cortos. Netfix.
.Lo que se dice un final consecuente y brillante es el que le dan a la serie Olive Kitteridge, de Frances McDormand. Por Dios. Y qué historia, contada, además, en seis capítulos. Por HBO-Max.
De las casi 40 variedades endémicas de Magnolias colombianas, este que ha crecido, florecido y fructificado desde que lo sembramos, es el que llaman Magnolia Silvioi o guanábano de monte. Esta magnolia que está en peligro de extinción, fue un regalo del recordado Profesor Álvaro Cogollo, botánico reconocido por sus investigaciones y hallazgos en la flora colombiana.
Es curiosa su evolución desde el botón hasta la semilla. La variación de su forma y color obedece no solo a la luz del sol que va volviendo naranja lo que fue un blanco deslumbrante, sino que la semilla que parece una piña, al madurar se convierte en madera.


