Francisco Antonio Cano, el incomprendido
Ana María Cano
Hay dos circunstancias felices para Medellín y una desafortunada, con respecto a una de las referencias artísticas más permanentes: el maestro Francisco Antonio Cano. Felices, que él haya nacido en Yarumal Antioquia y que lo más importante de su obra haya quedado aquí. La desafortunada, que la ciudad no haya podido ver una exposición investigada, recopilada y colgada con profesionalismo para tener una idea completa y didáctica de la importancia de Cano en la historia del arte nacional. La muestra actual en el Museo de Zea es buen ejemplo de cómo una idea magnífica puede desperdiciarse y ejecutarse de manera que en lugar de informar desinforme a sus muchos y confiados observadores.
Sin duda la más grande exposición pertenece a dicho Museo y los coleccionistas que poseen obra de Cano están en buena parte aquí: por eso lograron recoger más de 50 obras donde están algunas de las más famosas como “El Cristo del Perdón”, el retrato de Efe Gómez, el de Rafael Uribe Uribe, el de Rafael Núñez. Dos óleos maravillosos como “El retrato de Nina” y “Confidencias”. Más algunos de unos apuntes a lápiz de la libreta que pertenece al Museo de Zea y parte de su trabajo como ilustrador. Todo esto necesita hacer abstracción para comprenderlo en su importancia, porque las circunstancias en que está exhibido son desfavorables. La muestra comienza en una escalera: no tiene ningún orden ni separación por épocas ni tendencias de su obra: la única información que hay sobre cada obra es el nombre del autor, el del cuadro lo dice, la fecha. De esta manera puede pertenecer a su época de Paris, de Bogotá o Medellín, a su madurez o a sus comienzos y el espectador queda sin saberlo. Las salas (dos) que ocupa la muestra tienen tapete rojo (que riñe con los cuadros para ganarse la mirada de los observadores) y tiene paneles en el centro, lo cual impide el alejamiento para mejor observación y en general, una deficiente iluminación.
Dos cuadros retocados han sido echados a perder. En uno que es un retrato, ha sido iluminado el perfil con el peor gusto, quedando como uno de esos cuadros con lagrimitas que venden en Medellín . En toro que es el torso de un hombre, han sido torpemente borrados los rasgos y sólo quedó evidente una clavícula pero en sentido vertical.
Los documentos exhibidos sobre el maestro Cano –como su libreta de apuntes o una revista de Yarumal donde fue ilustrador en su juventud- están metidos en una vitrina hermética y cerrados, o sea que sólo se ven sus portadas. Un hermoso y diminuto dibujo que él hizo a los 17 años, está perdido entre esta barahúnda donde hasta el talento queda camuflado.
Los retratos están puestos todos juntos en una sala, muy adustos y con una iluminación de techo que hace aparecerlos como una seria reunión de alguna academia donde sus miembros quedan bien apeñuscados. Y tiene que convivir estos personajes a la fuerza allí, mientras la sala principal del museo está ocupada con reproducciones.
Y como si fuera poco, parece que la exposición fuera privada porque ninguna divulgación fue enviada a los medios y como la única biografía que existe en el museo no puede salir de un escaparate, incluimos aquí la síntesis de la vida de quien resultara definitivo en nuestro país en el arte del siglo XX y a quien en Medellín, se le juegan pasadas como esta.
El maestro Cano
Se le conoce como pintor, pero este hombre multifacético nacido en 1865 en Yarumal fue también y especialmente, escultor, dibujante y crítico de arte. Su padre le enseñó el dibujo muy temprano y de la misma forma dejó a Yarumal para buscar su destino de artista en Medellín y Bogotá. Allí ejecuta mucha parte de su obra.
A los 33 años, puede viajar a París y logra entrar a la más famosa escuela de retratos en la época como era la Academia Julian, donde son maestros suyos Constant, Colin, Laurens y Pinet. También estudia en la Academia Colarossi y en ambas se enruta por la pintura y dentro de ella el neo-clasismo que era lo vigente en las escuelas. Afuera estaba ya el impresionismo apoderado de la ciudad pero Cano tenía que estudiar.
Sus primeras obras en Yarumal fueron dibujos e ilustraciones de los que sólo quedaron los de esa época y los bocetos que a través de su vida hizo en los viajes. En adelante sólo haría óleos, paisajes y esculturas. Y estaba él viajando entre Madrid, Florencia y Londres, gustando de los “maestros”, cuando supo la noticia que el auxilio oficial con el que él había podido llegar a Europa se terminaba a causa de la Guerra de los Mil Días. Eso lo obligó a volver en 1902 a Colombia y a Medellín concretamente donde se dedicó a la docencia que fue una de las realizaciones céntricas de su vida.
La queja
Pero en sus cartas de Europa dejaba traslucir la inconformidad con la provincia que le esperaba en Colombia. A Carlos E. Restrepo, su amigo, le dice en la misma:
“En este campo de las Bellas Artes a medida que se entra se pierde uno más en la inmensidad de su grandeza. ¡Cuánto se teme emitir una idea! Cuando se sale de esas rastrojeras y helechales que es nuestro país en estas materias y se llega a estas urbes del Arte y la Belleza, se encuentra uno a cada momento con sorpresas extraordinarias. Las preocupaciones de que va llenándose la cabeza, preocupaciones que forman el libro de estética que nos hacemos nosotros mismos en la oscuridad de nuestra ignorancia, nos fuerzan a ver mamarrachos y disparates en la mayor parte de las producciones de los artistas más grandes de nuestro tiempo. Y es que allá en nuestra amada patria tenemos una idea muy estrecha de lo que es el arte y nos hemos formado tal idea en la mente de una manera única, como una sola manifestación dogmática, quieta, de procedimiento uniforme y teniendo un solo fin, un fin de cosas”.
Este fragmento demuestra un espíritu crítico, lejano al apagado y obediente que cabe suponer en un pintor copista y académico. De allí que su trabajo como ensayista de arte produjo estudios sobre Roberto Pizano, Epifanio Garay, Ricardo Acevedo Bernal, Miguel Díaz Vargas y Eugenio Cerda. Importantes artistas contemporáneos suyos todos ellos.
La docencia
A su regreso de Europa funda en 1901 en Medellín con algunos amigos, entre ellos el magnífico escultor Marcos Tobón Mejía, la revista “Lectura y Arte” en donde aparecieron algunos de los estudios antes citados. Es fundador en esta ciudad de la Escuela de Bellas Artes, de allí que la Sociedad de Mejoras Públicas, patrocinadora de dicha entidad, quedara con la mejor colección de Cano que generosamente fueron regalados al Museo de Zea.
En 1910 el maestro es nombrado profesor de la Escuela de Bellas Artes de Bogotá, a donde se va a enseñar anatomía, perspectiva, dibujo lineal, pintura y escultura y por su magnífica labor es nombrado director de aquella Escuela en 1923. Toda esta labor hace que resulte muy influyente en las posteriores generaciones de artistas y muchos famosos fueron sus alumnos. Pero por ejemplo su hijo quedó obnubilado por el talento paterno y se dedicó a copiar muchas de las obras del maestro Cano (la exposición tiene una muestra de esto). Otros en cambio se valieron de su influencia para descubrir una expresión propia.
El escultor
Cano estudió la escultura en París con Puechey de él y directamente de Rodin tuvo una marca entonces; sin embargo pudo lograr en esta tarea un estilo más libre y él posibilitó el paso al modernismo. Sus mejores trabajos en esto son la estatua de Rafael Núñez que está en el Capitolio Nacional y que fue fundida en París nada menos que por su discípulo Tobón Mejía; el busto de Rafael Uribe Uribe que está en el Museo Nacional de Bogotá y los de Fidel Cano en el Parque Bolívar, Atanasio Girardot en la Plazuela de la Veracruz y el del general Marcelino Vélez en la Plazuela de San Ignacio, estos últimos en Medellín.
Como pintor su trabajo estuvo especialmente encaminado a los cuadros de flores, las composiciones de temas histórico-religiosos y los retratos: fue en esto gran fisonomista. Su cuadro más famoso es un paisaje y se llama “Horizontes” que él pintó como símbolo de la colonización antioqueña: es un campesino con el brazo en alto mostrándole a su esposa la lejanía donde espera encontrar mejores cosas. Este está en el Museo Nacional de Bogotá y el otro famoso es el Paso de los patriotas por el Páramo de Pisba” que se encuentra en la Quinta de Bolívar en Bogotá.
Por otro lado, “El Cristo del perdón” y sus ágiles bocetos son algunas de las más valiosas obras y se encuentran en Medellín en el Museo de Zea. Mal mostradas, pero ahí están.
20 de julio de 1981