la consecuencia
sitio de Ana María Cano y Héctor Rincón

Columna | El Espectador.
A la memoria de A.M Carranza y F. Garavito.
2010

Ana María Cano Posada

Ambos murieron en circunstancias casi literarias. Y habían vivido en otras más únicas. Lástima que sólo en ausencia pueda saberse la dimensión que tuvieron dos intelectuales que alguna vez fueron pareja y que lucharon con su talento, con la fuerza de sus palabras, por hacer resistencia a un país que ellos vieron despeñarse en el abismo de la violencia y la corrupción. 

Ya había muerto María Mercedes Carranza en julio de 2003 y a su suicidio la condujo un dolor de país del que dejó constancia en su obra poética y en su obra política. Hace una semana murió Fernando Garavito cuando volvía a Marfa, un pueblo desértico de Texas al que conducía su carro 280 millas desde El Paso, donde la Fundación Lannan lo becó para escribir las últimas 400 palabras de un libro sobre Priscilla Welton, su amor de los últimos 30 años. Garavito dijo en una entrevista a Razón Pública que se sentía como un monje trapense, “hermano morir tenemos, hermano ya lo sabemos…”. Se quedó dormido conduciendo y se mató en soledad después de haber salido exiliado bajo amenaza de Colombia, donde había ejercido el periodismo escrito con su prosa impecable y su lucidez.

Tanto María Mercedes Carranza como Fernando Garavito habían tenido en el periodismo en el que se conocieron, en la poesía, en la que se reconocieron, y en la política, en la que se identificaron críticamente, un compromiso hasta las entrañas con un país que sentían decaer. Resistentes al poder, frenteros en las palabras y en la capacidad de comunicar su visión de las cosas, iluminaron a su alrededor a aquellos con los que trabajaron y a los lectores a los que llegaron. Carranza fue periodista muchos años, Constituyente en 1991 y directora de la Casa de Poesía Silva hasta su muerte. Hizo un plebiscito de poemas para hacerle el amor a la guerra y recibió 23 mil. En Medellín en 1989 habló ante un auditorio atestado en el Primer Festival de Poesía de oponerle sensibilidad a la barbarie. Y a su hija Melibea escribió una carta amorosa antes de sacarse la vida con barbitúricos, algo de lo que ambas ya habían hablado, y la jovencita refutaba: “duérmete, que eso es como morirse un poco”.

Fernando Garavito y su hija Melibea hicieron una compilación de la obra poética de Carranza (editada en 2004 por Casa de Poesía Silva/ Ministerio de Cultura y Alfaguara), con una presentación de quien había sido su compañero, que dice: “ella se convierte en testigo de excepción de unos acontecimientos sobre los cuales llega a tener su propia e indefensa versión, llena de dudas y preguntas. Sabe, como todos, que este país, el nuestro, está hecho de las claudicaciones y los miedos de quienes no fuimos capaces de hacerlo de otra manera”. Ahora los impresos en los que trabajó Garavito recogerán en sus archivos la prosa y la visión de este enorme intelectual colombiano, sin olvidar la reedición de su libro “Já”, que en 1977 hizo él mismo artesanalmente en Ediciones Melibea, cuidando de que las erratas fueran hechas a mano. En él la ironía está fresca, como en el poema Nicanor Parra -Soy un zorro- dijo el zorro. Amplias constelaciones que fulguráis a lo lejos/ (quedaos lejos). Decid cuando yo muera (con mucho gusto). / Vosotros, los que en este momento estáis agonizando en todo el mundo/ (moríos de una vez). / Vosotras, que sostenéis con vuestra mano pura el firmamento de la poesía/ (dejad que se dé el porrazo que merece).

Solo en la ausencia se calibra el espacio intelectual que ambos tenían, en esta Colombia de 2010, un país en el que una independencia como la de ellos es exótica.