El desembarco del arte
Los habitantes que viven al pie de la sierra del Cocuy al norte de Boyacá en Colombia tienen la misma dieta miserable de los que viven en Puerto Nariño, en Leticia. Ambos habitan paisajes de belleza magnífica pero se aplican como sobremesa noticieros nacionales que van recogiendo en un rio podrido los desechos humanos encontrados al paso. Ni unos ni otros son dignos de que entren en sus casas estos reducidores de cabezas que fabrican la agenda noticiosa nacional a costa de todo espíritu libre al que derrota esta dosis de robos, atracos, asesinatos y maltratos que al final cierra el carrizo de una mujer sonriente.
Ningún habitante aquí podrá reconocer ese otro mundo, ese país hondo y detallado que desembarcó con 100 artistas colombianos en Madrid, en una feria de arte llamada Arco, a la que dedican páginas y minutos los medios europeos sobre este asombroso país invitado. Porque los artistas visuales no son protagonistas para el apremiado editor local que prefiere el escándalo y no comprende nada más. Por eso dentro de Colombia misma no nos hemos dado cuenta de la prodigiosa trasformación producida por 17 facultades de arte, casi un centenar de museos, docenas de galerías que además del circuito comercial alientan a desconocidos artistas a crear su obra, más otros sitios de arte que tienen en la mirada alternativa su sentido y se llaman Lugar a dudas o Casa tres patios. O Bienal de Venecia y es en un barrio. Toda esta batería se ha enfilado en descubrir el talento que corre a raudales por ese país y que no se detiene en el desaliento que provocan la corrupción y el crimen. Estos artistas desembarcados en Madrid que van entre los 26 y 70 años, han sido capaces de mirar hacia atrás al pasado violento para esclarecerlo, refundarlo y no confundirlo y también mirar hacia delante, donde pueden ver cambiar al país hacia su naturaleza, su gente, su cultura, como un cultivo consciente.
Los visitantes de Arco pueden enterarse de que en Popayán existen unos artistas inusitados; que un bogotano hace un homenaje majestuoso al flujo del rio Magdalena; que los reconocidos Salcedo, Muñoz y Suárez crean una memoria minuciosa de lo que nos ha pasado en la intimidad mientras afuera nos deshacíamos. Que un terrible Murillo hace provocaciones en obras murales. Artistas escampados del narcotráfico y de su pérfido gusto, encontraron materia, geometría, ciudad, paisaje, con esencias sugestivas. Que otra artista acuciosa borda escenas explícitas de sexo femenino. No ven una división entre provincias aisladas y centros conectados porque en todo lado se cuecen habas en un país palpitante que sale de sus celdas a través del arte. La naturaleza colombiana, inagotable, sirve a esta generación para sugerir formas y espacios libres por fuera de los temas manidos. Es un país vívido que explota en mil formas e interesa a un mundo cansado de lo conocido.
Crecieron a la vez, al amparo de este talento multiplicado, una muestra de críticos, curadores, galeristas, comentaristas y expertos en poner en escena el arte nuevo colombiano. A ellos se debe la interlocución que no ha dejado morir de inanición a estos artistas que escogieron mirar para donde nadie señala. En Madrid pueden hoy reconocer el matiz que el arte da sobre Colombia y que aquí adentro ignoramos. Este plato fuerte de un país distinto al que la derrota interior no nos deja saborear.
Columna para El Espectador, 2015