la consecuencia
sitio de Ana María Cano y Héctor Rincón

Columna | El Espectador.
Ciudades que inspiran.
2011.

Ana María Cano

Qué hace única a una ciudad. Por cuánto tiempo debe persistir en ella el espíritu de construcción colectiva para lograrlo y conjurar los individualismos. Sólo un puñado de escogidas puede convocar la atención de ciudadanos propios y ajenos para reconocerlas como sobresalientes, y ser un modelo al que se aspira llegar. 

La búsqueda de una identidad ha ido volviéndose ansiedad, hasta derivar en obsesión por diferenciarse, de apartarse de la proliferación de similitudes alrededor, y que no es sólo una característica de los habitantes de todos los países de la tierra sino también de los ciudadanos agrupados en territorios que reconocen como suyos, a los que acuden para ser distinguidos. 

Cada ciudad apela a sus formas geográficas, a sus huellas históricas, a monumentos hechos ex profeso como símbolos, a sus maneras de vestir, de comer, para que peregrinaciones de turistas que en el mundo crecen como un cardumen, las identifiquen y las seleccionen de entre la multitud de ciudades que se postulan por ser deseadas. París, Nueva York o Tokio vienen a la mente de primeras porque su imagen es reconocible al rompe. Pero la lista se extiende al mirar en detalle cuáles factores diferenciadores las hacen gratas y codiciables para vivir.

Es claro que antes de ser ciudades atractivas para otros, tuvieron que ser preferidas por los propios. Los factores de comparación entre una y otra son obvios: de cómo resultan habitables, transitables, útiles en servicios, aptas para encontrarse con los demás, fértiles para trabajar, y estos requisitos pueden ser satisfechos con estrechez o con generosidad. Esa es la diferencia de unas con otras. Un parque de kilómetros de extensión, un muelle donde pueda respirar con amplitud una multitud, o cómo lo han hecho París y Barcelona, un sistema de bicicletas públicas en las que la vida se facilita a miles de personas a la vez que el ambiente se limpia. Y por reflejo, crece el uso de patines y de patinetas en habitantes de todas las edades, con lo cual el trasporte individual se vuelve liviano y portátil. Por eso el vehículo público y el privado se dejan sólo para cuando la circunstancia lo exija. Esto las hace ciudades inspiradoras. 

Y en París han cambiado y multiplicado todas, pero todas las papeleras públicas por simples bolsas trasparentes que hacen que la gente vea lo que allí se desecha: el papel, los empaques. Con esto se hace ágil su recolección, en camionetas pequeñas con una sola persona que las recoge y cambia las bolsas con una rapidez asombrosa, varias veces por día haciendo la separación de residuos de una vez en el sitio. Otra diferencia ambiental elemental. Logran sumarle a la belleza de los espacios públicos, tan esmerada, ingredientes educativos para que los ciudadanos puedan contribuir a la convivencia.

Las ciudades colombianas tratan de hacer obras públicas para ser más vivibles. Pero no le dejan al ciudadano un espacio para protagonizar la convivencia. Medellín va a entregar 200 bicicletas públicas para promover su uso. Un efecto demostrativo que no está mal. Pero falta comenzar en todas, por fin de manera inteligente a agrupar los desechos a la vista, para no  postergar más esa necesidad imperiosa de reutilizar lo aprovechable y hacerlo en el momento mismo de botar algo.