Jitanjánforas y otros caprichos
Por Héctor Rincón
Todas las palabras son inventadas, claro que sí, incluida la palabra palabra que designa este conjunto de letras que forman la menor unidad del lenguaje, según la biblia de María Moliner que es la que más me gusta y la que más consulto porque es viva como un organismo, como la lengua misma, así no traiga la palabra Titiribí ni incluya tampoco el vocablo Voltearepas o Voltiarepas, tan normal entre nosotros que se ha legitimado a punta de uso. Y de abuso.
Porque era mujer seria, María Moliner no le temía al advenimiento de nuevos términos y por eso su diccionario es tan completo y tan entretenido. No consideraba, como muchos académicos tiesos, que la invasión de nuevos términos es una venérea y en su obra que tejió con paciencia durante quince años, hay muchos neologismos, muchos anglicismos, galicismos, latinismos y americanismos y barbarismos, incluido el muy popular Haiga que no sólo lo usaba el legendario guerrillero colombiano de la toalla al hombro, sino que esta mañana se lo oí en la radio a un funcionario del gobierno. Ay-gas.
En el trabajo de doña María, como en todos los diccionarios, hay muchas palabras holgazanas. Nunca salen a jugar. Nunca he oído a nadie decir Nito, por un solo ejemplo. Y hay muchas palabras allí que cuando las sacan a bailar reciben de parte del oyente una gesto cercano al desagrado porque consideran que quien las usa es proclive al descreste. Según estudios que he leído, una persona de estudios normales y curiosidad intelectual nada sobresaliente, emplea unas 300 palabras. Y si se le considera culta, el número le llegará a las 500 palabras.
No se si estas estadísticas que dije tienen algo que ver con la realidad colombiana, no lo se. No se si censaron congresistas, no lo creo; ni a reinas de belleza o a modelos en desesperadas búsquedas, tampoco lo creo. Con seguridad tampoco censaron el lenguaje de esta Colombia en donde en hay una clase chévere y una clase gonorrea. La chévere es rosada, de lenguaje limitadísimo y gomélico, y en ella casi todo es chévere. La gonorrea es una clase mugrienta, de lenguaje más limitado aún, bazofia pura, en donde cada frase tiene, al menos, tres gonorreas y dos pirobos.
Desde luego que nada de lo dicho tiene que ver con Shakespeare y con Cervantes, qué pena con ellos. Siempre me ha impresionado el número de palabras que Shakespeare usó para sus obras: 30.000. En el sólo Hamlet hay 11.610 palabras distintas. Y Cervantes, padre de lo que hablamos y escribimos, usó 8.000 palabras en sus obras, que algunos maniáticos de las cifras dicen que apenas es el tres por ciento del total de la lengua que tenemos.
Retados por los tiempos, muchos escritores han soltado amarras y han recurrido a lo que algunos llaman Acuñación Recreativa. Palabra inventadas. Las Jitanjánforas, que se llamaron, que se llaman, que bautizó quizás Alfonso Reyes, el mexicanazo que usó ese recurso porque le sonaban bien, ¿y qué?, porque le servían al poema, ¿y qué? En Colombia, tal vez el más celebrado usuario de estas eufonías fue León de Greiff, quien tampoco pedía permiso para agarrar las palabras y desgreñarlas.
Decía –escribía León de Greiff– que Con P escríbense Pánfilo, Pétalo/Paquidermo, Petronio, Pagote/Perencejo, Paleto, Papujo/Porro, Parche, Peruétano, Pote/Pitoflero, Profeta y Polín. Pero también decía que con P escríbense gaznáPiro, bíPedo, imPlume/cesPedón y ciPote y coPete/chePo, choPo, caPote y cuPido/memPo, táParo, tromPa, taPete/con tromPeta, cataPe y laPón.
Un (otro) prodigioso inventor de palabras y de imágenes fue Lewis Carrol. Jitanjafórico total es este pasaje de su esplendoroso Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas:
Brillaba, brumeando negro, el sol;
agiliscosos giroscaban los limazones
banerrando por las váparas lejanas;
mimosos se fruncías los borogobios
mientras el momio ratas murgiflaba.
¡Cuídate el galimatazo, hijo mio¡
¡Guárdate de los dientes que trituran y
de las zarpas que desgarran¡
¡Cuídate del pájaro Jubo-Jubo y
que no te agarre el frumioso Zamarrajo. (…)
Pero el más reciente campeón de palabras inventadas fue Cortázar. Ese sí que le dio una patada al diccionario y se pasó por donde sabemos la lexicografía. Estudiosos cortasianos, Cronopios se hacen llamar y abundan, ponen muchos ejemplos de los trabalenguas de este genio gigante que, además, hablaba con la lengua trabada, ya te acordarás. Ellos, los que dije, recurren como magno ejemplo de la inventiva palabreja de Cortázar al capítulo 68 de Rayuela donde se lee:
“Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sústalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. (…)
Son pocos los que aún se escandalizan con las palabras inventadas. Ni el Instituto Cervantes que lleva haciendo hace años un Ficcionario y que hace concursos para que la gente aporte a él sus propias barrabasadas. Que no lo son tanto porque, por ejemplo, se ha propuesto que exista de manera oficial la palabra Abiertamiente y que se use, mucho, la palabra Absurdocracia para llamar tanto despropósito. Y crece el Ficcionario.
Como han crecido, sin traductores posibles, las lenguas artificiales, la más renombrada de ellas la que se usa en El Señor de los Anillos, la lengua Elfica, que narra el Mundo de Arda en la imaginación premiada y multimillonaria de J.R.R. Tolkien. O el Esperanto, la más usada de las lenguas artificiales, pues se dice que quienes la hablan pueden ser hasta dos millones de personas que están en 115 países del mundo. Dicen.
En esta Colombia dizque de lingüistas y de puristas y de académicos, cuando es más bien un país de leguleyos y arribistas y de snobistas, en donde más se inventan palabras es en la calle, claro. Nacen y a veces se reproducen. Pero mueren en las cañadas. Han surgido y han permanecido algún tiempo palabras mariguarenas y traquetas y peyes, corronchas en general, gomélicas que ya dije y bazóficas gonorréicas tan mentadas. Pero se han usado y tenido éxito muchas, especialmente en el terreno de las ciencias sociales, impuestas por los oenegeros que son los más sobresalientes inventores de ellas y se han empoderado así de ese lenguaje en donde abundan el tejido social, la gobernabilidad, los instrumentos vehinculizantes y los actores sociales y la resignificación. Se les oye y se les distingue.
Encontré que de un texto del psicólogo Piaget los oenegeros pueden surtirse para seguir haciendo el diccionario que los posiciona ficticiamente como unos iluminados. Es posible que ya haya por ahí quienes estén hablando de fundagógico, simplicación, cognivolución, niconotalización, perceptiplicar y griegablemación. Pónganles oído.
Revista Bakanica. Octubre de 2011.