la consecuencia
sitio de Ana María Cano y Héctor Rincón

Columna | Revista Cambio.
Nuevos y viejos achaques.
2009.

Viejos-nuevos achaques

Terminó a los empellones el año que ya pasó y se abre este nuevecito que viajará raudo por el túnel del todos los días y pronto nos sorprenderá que ya sea semana santa y unos instantes después habremos sorteado los aguaceros de abril y los improbables soles de junio hasta que comencemos a oír la fatigante e inocua frase de que se acabó el año y nada se hizo.

 Vuela el tiempo vuela. Volteas a mirar y hace nada estabas en la incertidumbre nada añorable de la juventud que los jóvenes proclaman como si fuera un triunfo personal, já-já, como si para tener veinte o treinta años hubiera que hacer algún esfuerzo distinto al de respirar. Esfuerzos los que hay que hacer de ahí para adelante, para alcanzar por fin las cúspides de la cincuentena y para ya mirar en redondo y desdeñar afanes y ambiciones y poderes, así haya que pagar los costos que son los achaques propios de la vida y que son de los que más se habla. 

Porque cuando el tiempo pasa, te pasa, no se habla del logro de la indiferencia ni de la conquista de la independencia. No se oye decir de los beneficios que trae el sosiego, el reconfortante disfrute del silencio, el hallazgo de la quietud, el fascinante descubrimiento del me-importa-un-culismo y la conclusión de las angustias porque ya no estás en competencia. Es delicioso ese puesto que ocupas en la barrera de la vida desde donde miras en el ruedo a los jactanciosos jóvenes en desesperado ascenso que reparten codazos y hacen bulla, y también miras, por que también quedan, a los veteranos patéticos que prefieren volverse gagás en público por temor a la viudez del poder.

Del logro de haber adquirido una fuerza tranquila no se habla porque es más usual la caricatura de la decrepitud con la que suelen describir lo que llaman el atardecer. Hace poco pintaba esa caricatura uno de los oyentes de Noche Buenos Días, el programa radial de Caracol que acompaña insomnes y nutre cerebros a punta de temas disímiles e inesperados, pues no es raro que allí se dediquen hoy, con maestría, a discernir la virtud de la templanza y mañana te alimenten con el menoscabo que ha sufrido el lenguaje contemporáneo, no es raro.

Hacía un oyente, don Armando Junca, la graciosa y exagerada descripción de los achaques que llegan con el tiempo cuando, según él, un dolor de cabeza, es un derrame; un dolor muscular, gota; dolores en las manos, artritis; un olvido pendejo, mal de alhzeimer; una tembladita, Parkinson; un estornudo, tuberculosis; sed, diabetes; un kilo de más esoliosis; un kilo de menos, ¿será leucemia? Si se suena fuerte, hemorragia nasal; si visión borrosa, cataratas; si cera en los oídos, otitis; si insomnio, depresión; si dolor en las caderas, osteoporosis. Un catarro es una neumonía y un golpe un hematoma. Si le duele el estomago, le tienen que poner suero; si frena en amarillo le dan por detrás; si le ponen trabas para darle un seguro de vida, consiga siquiatra. 

De todo eso se ríe este jubiloso –que no jubilado—colombiano que vive en Chía y no más adentro en el campo, dice, para estar cerca a veinte droguerías, a tres clínicas, a ocho ancianatos, y cerquita también a la clínica de reposo San Juan de Dios. Y  como no hay andenes vivimos cogidos de la mano con Gloria ya que, además de querernos, es por no caernos. 

De todo ese capaz de burlarse solo quien ha conquistado las cumbres de una edad en la que se ha aprendido a reírse de sí mismo. Hay ahí una, otra, ventaja de la madurez adquirida por el tiempo que se acumula a los empellones en este vértigo de la vida que ya nos tiene en el noveno año del siglo que hace nada estábamos comenzando. Una vida entera que se va enriqueciendo con los días que uno tras otro son la vida, como dice el poema de Aurelio Arturo.