La directora de La Hoja cierra esta Edición Final. Como corresponde. Testamento de una alegría que duró 16 años y que se acaba como nació: de pie
El final y el principio se parecen en la fuerza. En 1992 crear La Hoja era una obligación. Lo sentíamos así. Había que llenarse de razones concretas para tomar la decisión de quedarse viviendo en Medellín. Había que construir algún enclave para atraer la vida en medio de la muerte que campeaba.
Así como crearla fue un imperativo, lo es ahora decir que La Hoja no puede seguir más. Entonces en plena desesperanza de 1992, parecía imposible emprender un sueño colectivo de largo aliento, una convocatoria de ideas, de pensamiento, de palabras sin omisión, de expresión independiente. Pero aunque imposible, era un urgencia en momentos donde la vía de los hechos, de la violencia, parecía reinar.
La apuesta de quienes creamos La Hoja fue clara. Existía una ciudad contemporánea, que estaba construyéndose de espaldas a la destrucción colectiva, y a pesar de ella. Pero sus personajes y mentalidades renovadoras, sus lugares, no se veían, y esa era la pesquisa a la vez periodística y antropológica que estaba pendiente. Crear un cierto periodismo que mirara la ciudad, que fuera local y universal, hecho de curiosidad, que no se quedara en exhortar un pasado de gloria vacía o enfrascarse en un violento presente desenfocado. El desafío de crear un estilo reconocible se cumplió al encontrar temas significativos, un lenguaje propio y una presentación gráfica renovadora .
La Hoja estableció una cofradía con el lector a través de la confidencialidad, la sorpresa, la participación, que convirtieron el hábito de la lectura mensual en un método para descubrir la ciudad que se abría. Esta cofradía de complicidad y afinidad se nutría además en encuentros, en libros, en fiestas, en debates, en tertulias.
A los diez años de La Hoja de Medellín, nació La Hoja de Bogotá para esa ciudad que en su transformación, necesitaba compañía. Los lectores tuvieron una herramienta para descubrir una ciudadanía con referentes tangibles que humanizaban la urbe anónima.
Rebuscó un repertorio de lugares y personas que hacían su vida cada día sin concesiones al entorno disuasivo. En su ciclo vital La Hoja contrastó un pasado elevado a culto de epopeya colonizadora, y un abrumador presente de entonces entre carteles y terrorismo que se veía desenfocado e incomprensible. La materia más estudiada era un culto a la muerte, que investigaban los violentólogos.
Aunque los que permanecían aquí se inventaban sus propias construcciones e ilusiones, faltaba una atención sistemática a lo que estaba brotando. Los medio entonces alcanzaban a registrar sólo el primer plano y los otros personajes, los que se oponían con su creación, estaban si mucho en un tercer plano, nada visibles. Cierta desmoralización tenía refuerzo en lo que los medios internacionales y nacionales veían como el sello de esta ciudad herida: Medellín.
Había que recomponer la historia de las mentalidades pero no sólo registrar sus efectos.
La Hoja expresó su desprecio por la violencia al renunciar deliberadamente a reproducirla. Por eso ignoró las leyendas que estaban tejidas entre el miedo y la soberbia de los armados de fuerza. Contrastó el furor reinante de las armas con actitudes apacibles, responsables, críticas, convencidas. Creyó en esta ciudadanía resistente, activa, que en esos momentos no tenía noción de ella misma, de la proporción de su tamaño ni de su capacidad. Hizo el trabajo de desmenuzar la vida cotidiana en sus ingredientes contemporáneos, significativos, para lograr un periodismo explorador de los modos de vida, los que a su vez expresaban esa ciudad que iba siendo más abierta. Auscultó en personajes y hechos del pasado mentalidades universales y científicas, de quienes abrieron el horizonte.
En La Hoja los periodistas hicimos el ejercicio constante de buscar y proponer en lugar de cubrir un mapa y un menú consabidos de actualidad uniforme. Por eso los temas los descubrimos y construimos. En esto se alistaron alrededor de La Hoja estos 16 años muchos talentos al oficio de escribir, apuntalado en la lectura, la curiosidad y en un genuino interés por el otro, y la ciudad que conformamos entre tantos.
Fue continua la búsqueda de expresiones que dio forma al contenido, sabores específicos. Desde frases que han sido lemas, hasta géneros de periodismo que dan color y textura al material. Agrupó en menús que sumaban lo liviano a lo hondo en proporciones y combinaciones legibles, sabrosas.
Independiente de los poderes, no importa cuál de ellos fuera, cultivamos la entereza de mantener distancia pero a la vez ser una propuesta en un medio lleno de idiosincrasia sin un sesgo ideológico.
Así como crear La Hoja fue un imperativo, lo es ahora decir que no puede seguir más. La Hoja tiene vuelta…Ha estado abierta y en pie para hacer un periodismo sin marcas. Ha propuesto una forma de mirar y mantener una actitud de pausa y de análisis. Y ahora cierra. Lo decimos ahora cuando está de pie y viva, sin permitir declinaciones. Durante diez y seis años ininterrumpidos La Hoja ha cumplido su cita, y es esta empresa que la hizo posible la que no tiene una viabilidad económica garantizada para el cumplimiento de sus compromisos. Por eso debe terminar este ciclo aquí. Hay que decirlo claro como fue su nacimiento y ha sido su persistencia todos estos años.
Reconocemos cuando los cambios y las circunstancias impiden mantener en su misma condición el proyecto periodístico de La Hoja tal como fue creado en 1992.
Agradecemos desde dentro muy dentro a la legión de convencidos que participó durante estos 188 meses de cierto periodismo, de periodismo local, independiente, perceptivo, como miembros, lectores, clientes de La Hoja.
Este es el fruto de cada uno de ustedes, imperecedero, nuestro vivido. Celebrar el haber hecho este sueño colectivo. Y asistir a este parto de partir, al final del ciclo como al principio, de pie.