la consecuencia
sitio de Ana María Cano y Héctor Rincón

‘El seminario me cambió el destino’

Alberto Sierra

Si el destino hubiera seguido en él un curso en línea recta hubiera sido ordenado como sacerdote en el Congreso Eclesiástico Internacional de Bogotá por Paulo Sexto. Pero en esas esquinas insospechables por las que voltea la vida de los hombres, Alberto Sierra ha ido encontrándose por los callejones menos transitados siempre topándose con gente que viene en el otro sentido. 

Ex – seminarista y filósofo graduado; arquitecto también graduado y diseñador de “oído”, galerista, director de revista de arte y crítico por ósmosis. Ya los clérigos no lo reconocen como suyo, su familia tampoco por la misma razón; los arquitectos piensan que él es más un galerista o un diseñador gráfico y sus respectivos colegas en estos campos lo ven como arquitecto en retiro. El arte que es el terreno donde más ha batallado tampoco le ha dejado trinchera: los artistas lo ven como crítico y los críticos como mercachifle. ¿Qué tiene este hombre que “no tiene lado” para la gente?

Y el cielo oyó

Su casa, un pequeño apartamento en una torre, no tiene los hijos que le atribuirían muchos dado “su éxito económico con el arte”, pero si tiene la disposición y el gusto del arquitecto y las obras de artistas contemporáneos colombianos que sus “10 años de resistencia” con una galería que expone arte colombiano, le ha dado. 

Bluyines, suéter y zapatos de goma, sus eternas vestimentas, dan a sus 37 años una informalidad que muchos pierden sin percatarse. El es directo en sus respuestas y quizás por eso algunos creen que pelar es su afición. Tiene tantos enemigos porque “lo malo lo personalizan en cambio lo bueno que hago lo generalizan”. 

Ya está listo el terreno. ¿Cómo fue eso del seminario?

Fui el menor de 14 hijos y siempre el sueño de los pobres es ese. Mi papá quería ser cura y por eso nos metió al seminario a cinco y al convento a cuatro mujeres. No le cuajó sino una monja que todavía anda por ahí contenta y a la que le tengo que hacer una visita guiada a la Bienal cuando venga. Pero yo estuve ocho años en el seminario, pasé dos vacaciones con sotana y todo. En un seminario común de esos para padres de parroquia y ponchera porque ¿dónde ha visto un jesuita del Barrio Cristóbal? (El chiste es celebrado). Hice bachillerato en el seminario aquí y me volé cuando mi mamá se murió pero después de un año en el Calasanz decidí por mi mismo que iba a ser cura. Y ahí fue cuando me fui a Manizales y estudié filosofía. 

¿Sí? ¿Y tampoco la ejerce?

Yo le debo más que nadie al seminario, porque me hizo estudiar otra cosa. A uno lo educan para obispo, con la mejor música, deportes (y hacía natación y fútbol en el que era una buena defensa de paradas), los textos que se estudian; es otro estatus social. Tengo un diploma de filósofo que yo mismo diseñé firmado por el Vice arzobispo actual y es en latín; también en latín vi metafísica y lógica. Además mi mamá recitaba todos los días el Pan de Lingus (es difícil escribir en latín) y decía “”Gracias Dios mío por esta pobreza”. Fue escuchada. Veo mis compañeros de seminario por ahí como aburridos pero hay uno que está a punto de ser obispo. Yo era como el “artista” del seminario: hacía la cartelera y los diplomas. 

¿Y por qué a la salida, arquitectura fue el escampadero?

Porque eso sigue para el que sabe dibujar y como no había artes. Pero a mi me tocó una muy buena época de arquitectura en la Bolivariana. Además le dan a uno posibilidades de creación y le enseñan a hacer cosas distintas, por eso los arquitectos tienen restaurantes y miles de cosas. El título de arquitecto mío también está en latín, a mi me persigue. Desde entonces soy profesor de universidad: yo soy bueno para enseñar. 

¿Y cómo nació la galería, La Oficina?

Pusimos una oficina de arquitectos (con Jorge Mario Gómez y Santiago Caycedo) y como no había trabajo, ahí mismo hicimos la galería, por eso se llama así. Y la primera exposición fue de grabados de Alejandro Obregón y nadie fue a la inauguración; llamaron tres veces a preguntar si eran de verdad las obras. A los seis meses se vendió una y a un arquitecto. Después me quedé solo porque los socios se fueron a estudiar a Londres; tuve otro socio que no nombro, que le pareció muy fea la avenida La Playa –donde queda- y me quedé solo con ella. 

¿Cómo fue el asunto de la señora de los huevos? 

La galería, 10 años haciendo exposiciones cada 20 días y haber resistido los primeros cinco años, se volvió importante por eso. Presencia uno cosas como la de la señora que llegó con una canasta de huevos y me dijo que buscaba un regalo, pero que no subiera de 10 mil pesos. Eso ya era asustador: 10 mil pesos para un regalo, era para una amiga que había venido y las paredes de su casa no tenían nada; no le servía nada porque le daba pena darle una reproducción… Otro señor entró a una exposición colectiva y me preguntó si todos esos cuadros los había pintado yo. Le dije sólo “sí señor”. Cuando lancé en la galería el libro sobre el pintor Andrés Santamaría –muy muerto- alguien comentó: “qué furia, y el artista sin llegar”. En una exposición de grabados de Dalí una señora me preguntó que si el que compraba era de la época azul y rosa y yo le dije “full”, porque eso es como decirle a un niño que la cigüeña no trae bebés. 

Usted fue uno de los primeros diseñadores gráficos en Colombia; ¿cuáles fueron las primeras cosas?

No, ya camellaba Chucho Gómez por ahí. Yo hice un diseño para un festival del tango cuando a Darío Ruiz, el crítico, todavía le parecía interesante mi trabajo. Era un dibujo de Guayaquil hecho por mi: el afiche era muy malo. También le diseñaba a la Oveja Negra y a La Carreta y para un libro de Miguel Urrutia sobre la distribución del ingreso en Colombia iba a pegar un billete de peso en cada libro y tuve que pedir permisos. Valía siete pesos cada peso: hoy valen miles. También hice el catálogo del edificio Coltejer con Humberto Pérez, qué lujo. Yo iba para rico…

¿Y también fue hippie de los de Ancón o no?

Pero un ratico no más; de pelo largo y ya porque yo soy más superficial que todo. Como dice un amigo: yo no soy feo sino mal venido. 

¿Qué es lo que más quiere?

La idea del Museo y de Re-Vista. A los artistas les falta generosidad para apoyar al Museo de Arte Moderno y nos falta nacionalismo aquí, no queremos el país, yo no sé por qué. Lo que más me ha perjudicado en todo esto es que los artistas se han subido según los elogios de los críticos y han perdido una relación con el público. Me gustaría irme para Nueva York por la posibilidad de hacer cosas y de que se me respete por mi trabajo: en Medellín no pasa eso, todo son instituciones aquí, aunque me encanta esta ciudad. Yo soy ambicioso y quisiera tener más influencia, es un problema de poder como el que tiene todo el mundo. 

¿Qué es lo que le falta? 

Plata, eso sí es seguro. Quién tiene la plata que no se ve….

¿Usted es vanidoso? 

Sí, pero tengo un sentido del ridículo suavecito. Como decía el profesor de historia, buen gusto es el de uno y elegancia lo que no se nota ahí mismo sino al ratico.

¿Cuál es su suerte?

La de haber podido tener ‘contacto’; la música y el arte lo necesitan. Hay un goce directo cuando se conoce a la gente y se conoce lo que hacen.

7 de junio de 1981