Edgar Negret
y sus últimos desagravios
La ocasión es propicia. hacía cuatro años no venía a Medellín y se siente feliz de recorrer otra vez Junín y ejercer el verbo que inauguró esta calle y que para él no ha perdido sentido. Y encontrar de nuevo a sus amigos y a la belleza de la gente aquí que a sus ojos es notoria. Su figura de príncipe ha ganado con su edad (60 años satisfechos) una dignidad aplastante. Los méritos de su obra y los reconocimientos han servido para darle más delicadeza aún a su espíritu. Él es, hasta los pies, Édgar Negret, el maestro, el escultor, el arquitecto de imposibles. Vino a para estar simultáneo con la Bienal pero no con ella, en la Galería Partes, porque piensa que es absurdo el requisito del gran evento de cada dos años, de que la obra sea hecha especialmente para ella. En otras lo único que piden es que sea de reciente factura.
Puntual, con humor penetrante, Negret pasa revista a los últimos acontecimientos en su vida y a lo que está en su visión y lo cautiva. Segrega de un tajo lo que no tiene valor para él.
Siempre pasa
Cuando sabe de las prisas y el ajetreo en que se ha hecho la Bienal él cuenta: “siempre pasa, aún con la precisión de los alemanes en la Documenta de Kassel cada cuatro años, la víspera entraban los Nevelson y mis obras. Que no se preocupen”.
Entraba de su paseo por la calle Junín y todos hacíamos comentarios de que aquello ya no es lo que era y el se ríe: “resulta que siempre estamos llegando tarde. Cuando llegamos a París nos dijeron ‘si hubieran llegado hace diez años’ y a los que llegaron después decíamos ‘si hubieran llegado con nosotros en el 50’, yo veo a Junín igual porque ahora tengo los mismos intereses que entonces”. Su carcajada monumental nace de dentro y llena el lugar.
“Vine a esta exposición para acompañar a Carlos Rojas a quien no invitaron y a Beatriz González que no quería participar. Sin embargo estamos en el gran paseo de la Bienal. Yo solo he hecho dos exposiciones antes en Medellín, una en la Biblioteca Pública Piloto y otra en la Galería de La Oficina”.
Una de las grandes curiosidades de esta exposición es una obra suya en plata, que nació de un ofrecimiento que una tradicional joyería mexicana le hicieron para realizar un múltiple suyo y de Cuevas y Barragán. “Es extraño porque nunca antes he usado el brillo, aunque a estos los opacaron lo más posible, pero el gran problema de la obra es que el tornillo y la tuerca tienen que ser también en plata. La otra curiosidad es que se puede cambiar de posición porque en las que son pintadas es imposible cambiarlas y cambiar la pintura. Lo otro que presento tiene una gran unidad con las obras utópicas que tengo ahora: el proyecto de Bolívar que surgió del estudio de Los Andes y otro, el proyecto de un gran templo que Juan Acha empujó, que forma un gran corredor retorcido y recorrible. A escala, claro”.
“Creo que la obra pública y la experiencia de la obra recorrible, lo no-objetual es suma, es la aspiración de todo artista de que sus obras siempre sean públicas y no objeto de colecciones. En esto mucho tienen que ver los Gobiernos: el ideal es la libertad del artista aunque el gobierno lo patrocine. Pero casi siempre las ayudas son interesadas, yo personalmente me siento contento de no estar sujeto al gobierno. En Canadá por ejemplo, donde todo está patrocinado no hay arte: a la larga prefiero la falta de oportunidades con la libertad”.
El Bolívar se fue
El gran escándalo que suscitó el año pasado, el monumento que Édgar Negret había proyectado por petición del Ministerio de Obras para el Homenaje a Bolívar por su conmemoración, hizo que se operaran varios cambios en la vida del escultor.
Sus proyectos que hasta ese momento se podían encuadrar en la escultura tradicional, se adentró por primera vez en el Monumento a Bolívar en los espacios públicos recorribles y en un problema más vecino a la arquitectura que a la escultura: “hay ahora una reacción al movimiento purista de la arquitectura que no tenía en cuenta al hombre y que quería “perfeccionarlo” a la fuerza metiéndolo en cubículos. El caso de Le Courbusier que hizo espacios calculados como para seres superiores y aquello se volvió un fracaso cuando seres comunes y corrientes se metieron en ellos. Por eso lo de Bolívar lo hice a propósito para saber cómo reaccionaba el hombre introduciéndolo en un espacio estético e informativo. Un poco lo que hay en el parque Wells de Gaudí donde el visitante pasa de un ambiente a otro siempre en espacios estéticos”.
“Cuando se me dio un tema y un público fue interesante reunir la información gráfica para gente elemental para que conociera la historia individual de Bolívar que antes no tenía. De allí surgieron otras obras públicas como el templo, que yo resuelvo como esculturas pero hago en ellas una manera de vivirlas, inclinadas al tema religioso que me interesa mucho. La simetría, las repeticiones, elementos de la arquitectura gótica. No me interesa hacer el templo para determinada religión sino abierto a muchas, por eso sólo tiene una piedra de sacrificio al centro”, cuenta Negret sobre la nueva etapa de no-objetos artísticos, sino espacios públicos.
Es toda una tradición
“Desaparece poco a poco el objeto como cosa de poseer y el respiro no solo del artista quien sigue en su obra, sino en la cantidad de público que puede entrar en comunicación con el artista. Egipto y Gracia ya habían concebido el arte como público, lo otro era artesanía. Esa ha sido la aspiración de siempre, habría que sacarse de dentro y crear”.
“Esta preocupación me hizo llegar a la decisión de que donaría mi casa con 15 años de mi obra organizada y que a mi muerte esto pasaría a ser de Bogotá, para que todo reunido pudiera mostrar la lógica con el cual fue hecho. Pero con todo lo que pasó con el gobierno, me rasgué las vestiduras, ahí fue cuando me rapé la cabeza (esto lo dice riéndose) y me di cuenta que no se merecían mis esfuerzos. La bella casa en Santa Ana llena de arte y a la cual todo el papeleo de donación se lo estaba haciendo un abogado, lo eché al diablo. Más bien voy a regalar las obras. Ya doné dos de ellas al Museo de Bellas Artes de Caracas”.
“Pero en medio de todo esto, he recibido el desagravio más bello de todos: los jóvenes de Popayán, los hijos de mis amigos, compraron la casa de mi familia allí, donde nací y de todos los parientes sólo quedo yo vivo. Allí se podría hacer el sueño de que en el futuro lo mío se entienda como un camino que se hizo paso por paso, aunque para rabia de mis enemigos no me les voy a morir todavía. Ahora estoy dedicado a los sueños que no se van a realizar: a soñarlos, a hacerlos a mi escala”.
Con una vitalidad de toro, él sale para Osaka y Tokio donde son sus próximas exposiciones. A buscar allí, como en su salsa, un Junín par disfrutar, unos amigos para saludar. Eso pasa cuando en vida se es mundial.
27 de mayo de 1981