Elkin Obregón
‘Estudié y terminé haciendo lo que hacía a los seis años’
Cualquiera lo puede reconocer, nunca cambia de aspecto. A las once de la mañana o a la media noche él lleva siempre cosas en la mano: libros o un enorme block para dibujar; la barba y el pelo a lo natural sumados a sus anteojos permanentes le sirven para guardar dos ojos exploradores y una sonrisa torcida de picardía. La camisa y los pantalones dos tallas más grande siempre terminan de hacer la caricatura de sí mismo que lleva poesía a toda hora. Su firma “Obregón”, pero su carácter es la antítesis de una estrella en el arte: él es la antivedette. Es Elkin Obregón “el caricaturista”. Así completa siempre quien lo nombra para que no vaya a confundir se con Alejandro Obregón, el cartagenero y pintor.
Caminando de su casa en Echeverri a San Juan con Villa su oficina, él puede exponer fácilmente la teoría sobre la siesta después de los fríjoles verdes en una “carreta” tan continua que sólo la falda de Villa, lo logra interrumpir. Sus amigos lo saben: no hay encuentro corto con él ni fiesta que no dure hasta el otro día. Nadie maneja mejor al ocio para que su trabajo incluso quede listo, disimulado entre la música , la conversación y por supuesto, una buena comida. Y precisamente él, es uno de los primeros hombres que en Colombia se metió con el “camello” de hacer una tira cómica diaria, “Los Invasores” que viven todavía pero semanalmente ahora.
Del comienzo al final de la conversación, tres horas después, en el reloj de Elkin Obregón son las cinco de la tarde como si también el tiempo suyo le concediera sus descansos para oírlo.
Las rutas de Obregón
Si bien en el diario sus pasos van de la mesa de dibujo al sofá de la siesta y de allí a la silla del tinto en su casa y en su oficina se apoltrona en el burro de la mesa de trabajo y de allí no lo saca sino una muy buena película o un “ajiaquito” por ahí bien bueno, a la hora de viajar sus piernas se extienden para recorrer distancias como las horas de siete leguas.
Religiosamente, cada año siente la piquiña del samba o de la paella o de un pueblito blanco sobre el Mediterráneo o de alguna playa muy al sur. Y montado en algún crédito con su block de dibujo y sus libros como si saliera para la oficina, se va Obregón por dos, tres o cuatro meses donde todas sus dolencias medellinenses desaparecen por el encanto. Armado de temor este extraño aventurero lleno de lápices y papeles en los bolsillos emprende vuelo como quien de niño se va a dormir a la casa del árbol. Su tranquilidad es llevar siempre en el bolsillo derecho de la camisa su media pastilla de “loquil” (como le dice al Ariván), dejarse conquistar donde llega por el licor y el tabaco rubio locales y otra vez en casa.
Tanto permanecen las cosas en él que al regreso su viejo reloj de números “Ferrocarril de Antioquia” continúa por meses señalando la hora del país que dejó, la barba que consiguió en medio año para el matrimonio de su hermano la tiene hace doce años y la ropa que logra encariñarlo toma posesión de él hasta que “saca la mano”. Sus apegos son de este tamaño.
Con su vida ha sucedido para él algo raro, contra sus predicciones fundadas sobre el miedo a morir, ha llegado campante a los cuarenta.
¿Y qué de esa maravilla de los cuarenta?
“Agriera. Una agriera definitiva, por eso uno se da cuenta que llegó cuando hacía un minuto estaba en los treinta”.
La botella de jerez que ha ido desapareciendo a su lado apoya bien el síndrome de los cuarenta. pero la sola voz de Chico Buarque logra ponerlo de nuevo de “patitas” en Brasil y el tema de los años muere por inanición. En realidad las enfermedades son para Elkin Obregón su diario misterio, mientras logra ubicar dónde le amaneció qué día el cáncer: “Mire, yo nunca voy donde el médico, aunque el mío es un verdadero confesor: me ha curado como siete veces de cáncer”. Hay que creerle a esa pequeña revista que la risa es remedio infalible porque las dosis diarias que este hombre se aplica diariamente son capaces de torrearse hasta con un dengue.
¿Por qué le gustan tanto los toros?
Me parece bastante extraño que parezca extraño a la gente que me gusten los toros. Es una actividad deliciosa; participa de tantas cosas; es un arte, un oficio, tiene su mitología, su leyenda, es un oficio tan riguroso que necesita ejercerse con mucha sabiduría.
Pero más que torero su sueño es ser monje, ¿no?
Todavía aspiro a serlo, cómo no. Mi gran ambición es ser un cartujo de esos que se levantan a las cinco de la mañana a cantar maitines y se pasean por el jardín. Claro que hay que hacerle a la comunidad pequeños ajustes… Como el aguardiente o la música, siempre tengo que cuadrar un poco a la Cartuja.
Sí, porque sus gustos son variados. ¿Cómo son?
Me gustan las mujeres, todas menos las gallinas o sea casi ninguna; el cine, leer, la siesta, comer rico, la música, quedarme en la casa cuando hay alguna invitación a una exposición o un concierto, las tiras cómicas, las piernas de las mujeres que aún no se ha logrado establecer por qué se depilan si no se debían tocar y menos pintar.
¿Cómo es la teoría suya de las mujeres según el género animal?
Hay varios grupos. La mujer vaca que respira una paz mayor, más bohonomía, como la satisfacción que despliegan las mujeres costeñas que es tan bella. La clásica que es la mujer gato, la vampiresa de las películas. Unas que todavía no sé qué animal son, que son las actrices italianas como Sofía Loren o Rosana Podestá, que son una especie de animal no domesticados. También están las mujeres perro, unas son como un perrito minetero y otras perro de monte como la de la camisa alemana esa… Eso uno lo siente ahí mismo. Las otras son la mujer caballo que es físicamente la más bella con verdaderos pecados mortales. La última es la mujer pisco que es muy cotizada, no tienen sino un ejemplar que yo conozca, se llama Gloria Bermúdez.
Pero las mujeres de su vida… Han sido muy importantes para usted…
Hay que creer en aquello que el físico no importa porque es perecedero, sino que tengan buenos sentimientos y sean mujeres de su casa. Y que tengan celulitis porque si no, no son mujeres. Pero esas muchachas de ahora son todas racistas (la barba cómplice le sigue ocultando la sonrisa) discriminan su sexo y siempre piensan en función de colegas que son las otras mujeres. Eso entre los hombres no existe; no hay esa conciencia “hombrista” y segregacionista. Me apropio para hablar de las mujeres de esa definición de Eduardo Uribe Escobar: “muchachita desnudita gusta muchito”. Mi vida ha sido un pequeño zoológico del que describí.
¿Por qué se viste así Obregón? ¿Cómo es su vestido?
Acaso tengo uno solo, tengo dos, dos mudas quiero decir. Con el mismo saco, que se lo robé a Óscar Jaramillo, elegantísimo, de espina de pescado; me quedó de la filmación de un entierro que hice con Víctor Gaviria y Calderón. Claro que tengo 3 pantalones pero el otro tiene el sentadero como un espejo. Me parece delicioso que la ropa sea grande y según me dicen estoy a la moda. Dice Jaime Alberto Vélez, para que duden que yo echo a lavar la ropa en mi casa y me la fríen… Para estas cosas me gustan mucho colores como el gris ratón y colores que no se noten, que aguanten unas tres semanas sin que se les vea la mugre.
Hablemos de los países que lo han enamorado. De Brasil y de España.
Brasil es un país que me fascina por su idiosincrasia, por su desenfado, es para mi el ideal del país americano. Me siento allí como en España. Una experiencia que es entrañable para cualquiera: haber vivido en ambas partes, un año descubriendo todos los días las referencias que hacen un país, como saber lo que aquí significa Ramón Hoyos. Las referencias culinarias, históricas, humorísticas, día por día, entendiendo hasta que el país se va haciendo como de uno y eso creó lazos que me quedaron con Brasil que lo hacen como mío. De España tenía más referencias, su literatura, su historia. De Brasil no conocía sino la existencia de Pelé. Pero mi país en últimas es Brasil.
Uno de los lectores más furibundos de literatura brasilera y portuguesa es Elkin Obregón. ¿Lee para la siesta?
Soy un buen lector, creo. Pero sólo de literatura, no tengo cabeza para leer historia o economía y soy también mal lector de poesía contemporánea aunque tengo mis épocas de poeta. Me acuesto a leer en el sofá y me va llegando el sueño delicioso; claro me despierta la siniestra llamada. Y como lo que más me gusta en comida son los fríjoles (y la feijoada, por supuesto) esto siempre tiene su siesta correspondiente.
Y el aguardiente. Usted tiene una costumbre muy extraña para tomarlo
Echarme unos granitos de sal así en el hueco que forma el pulgar en la mano, eso se lo aprendí a mi papá pero según he podido comprobar algunos no tienen el hueco; alguien le dio a él esa que es una costumbre mexicana para tomar el tequila y funciona como cualquier pasante. Pero no me gusta sólo eso, el vino también, pero por razones prácticas y económicas lo tomo menos.
Las grandes-grandes pasiones suyas son según entiendo el cine, la literatura y la pintura. Todas las ejerce, ¿no?
Lo maluco del cine es hacerlo porque antes en Versalles con el Gordo (Luis Alberto Álvarez) y Calderón (Luis Fernando) producíamos cerca de dos películas semanales, soñándolas, bellísimas, pero ahora se pusieron serios y fundaron Las Palmas Films. Y repetir películas es como repetir tamal, el único que es capaz de hacer ambas es el padre Álvarez. Por otro lado, donde hay muñecos ahí estamos; yo hacía caricatura en el colegio, donde me pasaba la clase en eso. Cuando me regañaban en la casa lloraba y a moco tendido me ponía a dibujar en el aire: mi papá y mi mamá se torcían de la risa viéndome.
Y también era poeta comercial…
Vendía sonetos a diez centavos. Sonetos de amor, uno se lo vendí a la sirvienta y otro a mi compañero que vio la existencia que tenía y me dijo: “Me llevo este”, como en un granero. Creo que voy a volver a abrir el chuzo porque esto está muy berraco.
Si algo ha hecho Obregón durante toda su vida ha sido publicar: Los Grafismos en diarios y recopilados hace dos años en su libro, caricaturas miles y los famosos Invasores, sin contar las exposiciones de acuarelas y dibujos que ha hecho previas a algún viaje. El periodista Obregón salió muy joven en las temporadas que pasaba en Sabaneta con su familia,
¿Cómo se llamaba su periódico?
“Semanal” se llamaba y no salía sino en ejemplar cada semana que pasaba por las fincas vecinas. Tenía noticias, editorial, avisos, dibujos; todo me tocaba a mi. Alcanzaron a salir como unos veinte.
No hemos hablado de su carrera como arquitecto. ¿Cómo era lo de las clases de seis de la mañana?
Yo iba desde el centro hasta la Bolivariana a las cinco y media caminando por acompañar a una muchacha pero llegaba y como tenía las llaves del cuarto del mimeógrafo, me encerraba allí y me quedaba dormido hasta las diez de la mañana mientras ella iba a clase y quedaba bien. Pero la historia mas triste de todas es que la clase principal allá se llamaba diseño y uno de los laboratorios que nos pusieron fue hacer un hotel completo y trabajé como dos meses en él; Me fui para la facultad con esos cartones de 70 por un metro, los puse al lado de la mesa de ping-pong y me puse a jugar hasta la una de la tarde. Me puse el saco y me fui y a los dos días me acordé pero ya no existía hotel, claro. Por más que le conté la historia al profe Raúl Vasco no me pudo creer y tuve cero. Yo había hecho el trabajo.
¿Cuánto duró allá?
Como siete años hasta que me echaron por reglamento: perdí cuatro materias con menos de uno y solo contemplaban tres para echarlo a uno. Me fui entonces para la Nacional y estuve como seis meses tomando tinto allá. Pero derrotó la tercera coordenada, ¿usted no la ha estudiado? Existían la X y la Y para ubicar una figura pero cuando llegué allá ya le habían puesto Z. Eso me mató.
¿Y no ha ejercido arquitectura?
Sí, hice una casa de citas por ahí.
¿Y se arrepiente de lo hecho?
Boté corriente estudiando y todo para terminar haciendo lo mismo que hacía a los seis años en el colegio. Caricaturas.
Ha quedado lista la caricatura de la noche. La pared se ha volteado. La marea del humor ha subido cada vez más y Obregón sale con sus cinco de la tarde en el cómplice reloj, buscando los libros que siempre necesita llevar. Está igual a como llegó, lo mismo podría salir ahora mismo para Río de Janeiro con su “loquil” y sus papeles.
5 de junio de 1981