Por la desintoxicación
Algunas sugerencias para no dejarse envolver por los venenos que destilan las redes y los medios en esta época de reyerta parroquial
Agosto 2017
En el proceso de desintoxicación que sigo le he bajado el volumen a todo aquello que me pueda conectar con insultos; acudo a atajos que me impidan cruzarme en el camino de quienes nada más odio tienen para ofrecer, y ante discusiones ineludibles, intento escoger bien a mis interlocutores porque sigo creyendo que siempre es urgente la búsqueda y el hallazgo de nuevas luces que ojalá provengan de puntos de vista que no habías considerado.
Eso hago. Acepto que hay quienes tienen favoritismos políticos distintos a los míos aunque siento cierta conmiseración cuando les oigo dentro del arsenal de sus ataques embustes como de Cosiaca y frases de cajón repetidas desde sus estacas de lorito quiere cacao. Juzgo que las razones que tienen para profesar una fidelidad rabiosa son sus razones y que está bien que así sea porque todos tenemos esos derechos incluso si en su ejercicio obsesivo se pierden dos sentidos tan esenciales como el de la autocrítica y el del humor.
Gozo de la fortuna de que a través de las redes no me llegan muchos desvaríos y cuando aparece una ofensa la asumo como el costo de la democracia: creo que el pensamiento primario, expresado casi siempre de manera soez, de la que está poseída la red, es reflejo de todo lo reprimida que estuvo una parte de la opinión pública, desacostumbrada al uso de la palabra, sometida de muchas maneras a la exclusión. Y que eso mejorará –confío– cuando pendencieros e insultadores ordinarios se permitan reflexiones antes de lanzar las ofensas que, por automáticas y repetitivas, ya suenan pueriles.
En busca de la purificación he dejado de saltar por el dial de la radio. Le he bajado el volumen a aquello que me pueda conectar con la insultadera, dije, y por ello me estoy evitando, por ejemplo, las opiniones casi siempre desapacibles por malintencionadas que hacen fila en W Radio para aprovechar su resonancia. Sirven solo para exacerbar indignaciones porque son disparos al aire de los que me niego a ser el blanco, así eso me cueste perderme la lucidez de Manzano y la sabrosa versatilidad de Bayo.
Tan invadidos estamos por las discrepancias personales en la política (que no son ideológicas, qué va; que no son programáticas, qué van a ser; son meros caprichos de egos heridos y ambiciones insatisfechas), tan invadidos estamos que ya sabemos cómo se ha empobrecido todo, el debate y la lectura, las relaciones personales y las familiares, entre esto. También a esa metástasis le he luchado aplicando lo que he dicho, más un cierto desdén por la trascendencia que a esas controversias se empeñan en darle. Y acudo al pragmatismo: entiendo que a ti te parece que hemos debido continuar disparando para ponerle fin al conflicto. Entiéndeme que a mi me parece que no. Entiendo que a ti te parece que hay que erigir como salvador de la patria al senador y ex presidente. Entiéndeme que a mi no me parece. Y ya. Cada cual tiene una posición. No trates de convencerme. No trataré de convencerte.
Se que no es tan sencillo, pero algunas de estas fórmulas de desintoxicación son útiles para, al menos, no seguir mascando el mismo chicle. Y para huir de una reyerta parroquial que nos ha degradado a la misma condición intelectual de quienes juzgamos parte del otro bando. Sugiero ocupar el cerebro en otros líos de otros tiempos de verdaderos personajes. Más nutritivo –además de fascinante– ha sido en esta época leer la biografía de Humboldt, de Andrea Wulf; rescatar de la biblioteca un libro heredado (la biografía de Rembrandt, por Emil Ludwig, impreso en 1940); meterse a fondo en la vida de Leonardo de Vinci, de Demetrio Merejkovski, también de 1940), por decir de historias que no tienen conexión con el aquí y el ahora.
Eso hago. Así me desintoxico. Y a ello le agrego mi constante preocupación por los árboles que he sembrado y que van creciendo; la definición de la ruta de un próximo viaje; la búsqueda de tesoros escondidos en la filmoteca y la atención que le pongo a las historias que deslumbran por sus azares y por su belleza.