Lo que va de Antioquia a Anti-oquia
Un retrato descarnado de cómo y por qué un antioqueño se torna anti-oqueño en tiempos de alcaldes y gobernador populistas y vecinos a la ignorancia
Por Héctor Rincón
Estos tiempos difíciles, aunque todos lo hayan sido como dice Borges, nos han cogido con los pantalones abajo, como diría cualquier taxista; nos han cogido sin confesarnos, como diría cualquier camandulero de los que quedan; nos han cogido como un vendaval sin rumbo, como dice el bolero y he aquí a Antioquia la recia, la omnipotente, la laboriosa, presenciando el vergonzoso eclipse que temía ese poema tan petulante y tan declamado de la muerte de los abuelos.
Siquiera se murieron. Pasaron al otro lado convencidos de la rectitud como norma y de la generosidad como requisito. Partieron cuando la credibilidad de la región era sólida como una cordillera y por eso desde el centro del poder se preguntaban con ilusión qué pensaba Antioquia para tratar de hallar luces para un destino común, y no como en estos tiempos que se averigua con morbo qué pasa en Antioquia para conocer la penúltima desmesura de la sociedad o el último desvarío de sus políticos enanos.
Tiempos aquellos. La austeridad que predominaba le ponía límites a la codicia y por ello el refrán aquel apenas era leído –y seguido–, solo hasta el consiga plata, mijo, honradamente, mijo; pero no había hecho mutación hacia el aforismo brutal del consiga plata, mijo, honradamente si puede; si no consiga plata, mijo; mandamiento que se volvió genético y que ha impuesto un patrón mental en donde todo vale nada si el resto vale menos, para citar a León de Greiff, uno de los faros que iluminó estas breñas.
Dije León de Greiff. ¿A quién de los que ahora mandan le importa León de Greiff? ¿Quién de ellos sabe quién es León de Greiff? Desde luego que ni para gobernar, ni para pensar, se necesita recitar el País del viento ni saber que escribió la Canción de Sergio Stepansky. Nada de ello es requisito para posesionarse. Pero quizás si supieran algo de esas materias que enaltecieron el terruño y en otros tiempos conquistaron admiración, el ahora gobernador, a nombre de Antioquia, no se hubiera convertido en el hazmereír del país cuando le regaló categoría de poeta urbano a alias Maluma a quien muchos juzgan como pornógrafo barato con suerte en la ávida industria fonográfica.
Es que vistos los actos, oídas las palabras, sabidas las intenciones, y leídos los alaridos tuiteros de estos que ahora mandan y representan a Antioquia, parece que los hubieran vacunado contra todo pasado y la Antioquia que están proyectando es una Antioquia atorrante, pendenciera, banal, sinvergüenza, canalla y, en todo caso, en contravía de los altos intereses de la patria. Una Antioquia que, por los malos ejemplos presentes suscita un sentimiento, el Anti-oquia al que ahora pertenezco.
Como en estos tiempos de bulla –qué algarabía, qué griterío, qué confusión todos opinando de todo, todos hablando sin alzar la mano, todos hablando con los dedos, todos diciendo o reproduciendo mentiras–, como en estos tiempos de alboroto los discos de la memoria están llenos de basuras, quizás es útil recordar a algunos de quienes habitaron e hicieron Antioquia. Tal vez para nada. Tal vez con la ilusión de hallar improbables lectores. Tal vez para recordárselos a quienes gobiernan y mandan sentados en su prepotencia de reyezuelos a los que de Greiff retrató premonitoriamente en 1924 con alguito más de fondo y de forma que a los que ahora glorifican con medallas y pergaminos: Gente necia,/local y chata y roma./Gran tráfico en el marco de la plaza./Chismes./Catolicismo./Y una total inopia en los cerebros./Cual si todo se fincara en la riqueza,/en menjurjes bursátiles/y en un mayor volumen de la panza.
Citaré, pues, algunos poetas y escritores para que se recuerde sobre qué talentos se construyó Antioquia y como ayuda gratis para que no se cometan nuevos desatinos que haga prosperar el Anti-oquia. Aunque ya hubo otro trapo sucio, originado en la misma gobernación del dadivoso Luis Pérez, que corrió con la suerte de ser lavado en casa: hicieron una antología de poetas mujeres (mejor así que poetisas) y ¡pum! que les pareció que Helí Ramírez, un hombrazo, camajanudo y tal, era mujer. Y ahí quedó.
Piedad Bonnett, hablando de mujeres. Barba Jacob, Castro Saavedra, Gonzaloarango, Víctor Gaviria, Mejía-Vallejo, Darío Jaramillo, María Cristina Restrepo, Juan Manuel Roca, Fernando González, Efe Gómez, Tomás Carrasquilla, Rogelio Echavarría, Jaime Jaramillo Escobar, Juan José Hoyos, Héctor Abad Faciolince, Epifanio Mejía, Jorge Franco, Mario Escobar, Gregorio Gutiérrez González, Eduardo Escobar, José Manuel Arango, Baldomero Sanín, Tomás González, Fernando Vallejo, Luis Tejada, Manuel Uribe Ángel, Marco Fidel Suárez y más no digo porque me canso y los canso. Ahh, y Fidel Cano, cómo no.
Y agrego un breve listado de pintores por si llega el momento de otras condecoraciones se tenga en cuenta de qué se está hablando antes de colgarle la medalla a un grafitero. Antioquia ha sido pintada por Horacio Longas, por Francisco Antonio Cano, por Débora Arango, por Eladio Vélez, por Fernando Botero, por José Antonio Suárez, por Luis Fernando Peláez, por Pedro Nel Gómez.
Hubo un tiempo, el largo tiempo de Antioquia, en el que salían voces tan profundas que quizás necesitaban de contrastes caricaturescos para que no se creyera que las montañas solo parían melancolías. Lo digo porque hasta el mismo Ricardo Rendón, el mítico caricaturista de mediados del Siglo XX, laceraba sin compasión y sin recurrir al chiste previsible o al juego de palabras escolar. Y Melitón Rodríguez y Benjamín de la Calle, a finales del siglo XIX y comienzos del XX, hacían de la fotografía un arte no recreativo sino un instrumento para que se conociera el alma de la gente y de las cosas.
(Un paréntesis de ayuda para los recién llegados y, sobre todo, para los gobernantes actuales de Antioquia y Medellín: Ricardo Rendón, Melitón Rodríguez y Benjamín de la Calle, son patrimonio cultural de Antioquia para Colombia. Del dibujo y de la caricatura. Métanse a Wikipedia aunque sea…)
Estaba diciendo que hubo un tiempo de voces profundas. Hubo. No son estos de ahora, no, porque cuando se oye hablar a estos personajillos o cuando se leen sus tuits, parecen la reencarnación de Montecristo, con todo respeto por Montecristo y especialmente por Montecristeso, el personaje que se le anticipó a la época sin que hubiera empleado el repulsivo parce. Que es, por lo demás, el único vocablo que le falta por usar al alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez, para seguir dominando en las encuestas que es su programa de gobierno.
La popularidad, de la que se desprende el populismo y ahí al ladito la demagogia, es la meta. La de Gutiérrez con su exagerado acento de paisa barriobajero, papá; con sus vallas ostensibles e infantiles por todo Medellín hablando al oído para despertar un chovinismo trasnochado; con el manejo del presupuesto de la cultura condicionado a la propaganda que se le haga a su gobierno; con sus bandazos para esconder la asfixia por la contaminación, y con esa dudosa, siempre dudosa, posición política frente al proceso de paz en el que le ha prendido velitas al entendimiento y solapados cirios con incienso a la posición de Uribe, su jefe vergonzante.
Y de Pérez, el gobernador, no se crea que es sólo su pasión por el reguetonero que le mata lo que le ha hecho célebre. Puede que eso sea lo más notorio porque la farándula es una debilidad nacional, pero se ha distinguido por aplicar una política de tierra arrasada a lo que había: toda una estructura, una idea, un futuro de trabajar por una Antioquia bien educada, la ha echado para atrás por inquinas con su antecesor, lo que muestra uno de los ingredientes mezquinos de los que está hecha esta Antioquia de hoy. Y uno más: una oposición taimada al acuerdo de paz al reclamar soberanías federales con claras zancadillas a un interés nacional para morder de la cauda del No que fabricó Uribe con su megalomanía y sus destreza de culebrero.
A esta Antioquia, la que ha producido la Anti-oquia, ha contribuido especialmente el ex presidente con las dotes que ya dije. Y con algo de parecido a Cosiaca, ese mito de finales del siglo XIX, tan querido y popular entonces y tan recordado siempre, quien se distinguió por la exageración y el embuste. Como estamos en una Colombia vociferante, entregada a las reyertas, de los antioqueños que han ocupado el más alto cargo nacional el que sobresale es el energúmeno y no el sabio. Vale entonces decir que hay otro ex presidente, ejemplar, portador de los valores de la ponderación y de la nobleza. Salud, Belisario Betancur.
Y más que con lamento, con dolor, digo que a la actual imagen de Antioquia también ha contribuido la ausencia de dos contrapesos pesados que se fueron hace poco y cuyo vacío se nota todos los días. Eras voces lúcidas y oportunas. Fueron vidas austeras y serviciales. Fueron profundos y rectos y cultos. Qué orfandad la de esta Antioquia de ahora sin Carlos Gaviria y Nicanor Restrepo.
*Artículo publicado en revista SoHo, edición mayo 2015