Galán
Por Héctor Rincón
Tenía 45 años. Lo asesinó la Colombia criminal a la que combatía con la palabra y con el estudio. Un perfil de Luis Carlos Galán escrito por quien lo vio de lejos y lo conoció de cerca.
—
Galán tenía unos ojos severos y una nariz de pico de halcón y una sonrisa dulce. Tenía un matorral de pelo insubordinado y unos brazos muy varoniles que agitaba al ritmo de unas palabras que le fluían sin tropiezos. Galán tenía eso y una convicción indeclinable de hurgar a Colombia en todos sus recovecos para obtener de ella conocimientos y esperanzas.
Por eso –por esa convicción que se tornó en deber y que se le volvió programa político—desde muy joven Luis Carlos Galán se distinguió entre sus amigos por las excursiones que proponía. No eran a los balnearios próximos a la Bogotá que vivió desde cuando su familiononón (12 hermanos, papá y mamá) salieron de Bucaramanga huido de la violencia política que se desató en 1948. No eran viajes a esos sitios que frecuentaban en los fines de semana los muchachos de entonces, sino que Galán viajaba, solo o acompañado, a donde hubiera agitación estudiantil: congresos, reuniones, asambleas lo tenían siempre presente con el ánimo de discutir y de aprender.
Ese espíritu de viajero hacia donde ardiera una brasa de debate, lo acrecentó con los años y ya como estudiante de derecho y de economía de la Universidad Javeriana se hicieron más famosas las excursiones insólitas por el tiempo y por la distancia. Que un viernes convenció a uno de sus amigos, el escritor Fernando Garavito, a que viajaran a Medellín a un Congreso Estudiantil. Por esos años, los del 1960 a 1965, todo quedaba muy lejos. Bogotá a Medellín era un viaje de 20 horas si ayudaba la carretera y el carrito marca Simca en el que se atrevieron. Llegaron a Medellín justo a tiempo para que Galán pronunciara su discurso y al concluir, déle de regreso a Bogotá porque había que llegar a la primera clase del lunes.
De ese país y de esas discusiones, Galán se fue cargando. En la Universidad inspiró y persistió en la revista Vértice, en donde vertía pensamientos, ensayos, experiencias, propuestas. Su ímpetu traspasó los muros de la Javeriana y empezaron a salir en el periódico El Tiempo artículos de opinión que lo dieron a conocer especialmente entre la dirigencia política.
A los 22 años ya era abogado, ya era economista, ya era columnista. Ya era Luis Carlos Galán Sarmiento. Tenía luz propia. No era ya el hijo de Mario Galán Gómez, un santandereano ilustre que ocupó, entre otros cargos, la Contraloría General y la Presidencia de Ecopetrol, sino que era él. Solito. Y por la intensidad de sus movimientos y de su pensamiento, lo distinguió Carlos Lleras Restrepo, presidente de la República entre el 66 y el 70, quien lo hizo su pupilo unos años después cuando llamó a Galán para que codirigiera Nueva Frontera, una revista de pensamiento crítico que marcó un momento editorial en Colombia.
Antes de eso –antes de la experiencia de Nueva Frontera, antes de trabajar al lado de Lleras Restrepo, uno de los pocos políticos colombianos con reputación de Estadista–, antes de eso Galán había cometido la intrepidez de aceptar el cargo de Ministro de Educación. Tenía 27 años. Y después de eso fue embajador en Italia y ya para entonces había caminado tanto y tan bien en los terrenos de la política, que se le tenía por una figura promisoria y había alcanzado a sembrar de huestes mucha parte de esa Colombia que había recorrido desde comienzos de universidad.
La primera vez que Galán buscó una elección popular fue en Oiba. Oiba es un pueblo de Santander, camino al Socorro, una región de cañas y de mieles en donde hizo campaña para que lo eligieran concejal. Dos años más tarde –en el 1978—se nominó para el Senado y consiguió una curul lo que lo convirtió en fenómeno electoral por el asombroso triple salto exitoso que dio para llegar a las urnas nacionales partiendo desde una provincia remota.
Cargado de ideas nacionales y de programas políticos, Galán se concedió la licencia casi juguetona de regresar a la política local. En 1980, tras un paso exitoso por el Senado y con el prestigio que lo hacía figurar en encuestas de presidenciables, resolvió jugarse el patrimonio que tenía en Bogotá y arrasó como candidato al Concejo. Para entonces ya había fundado el movimiento Nuevo Liberalismo y, con él, había formado cuadros y sedes en todo el mapa colombiano que vivía el advenimiento de un nutrido grupo de gente joven y con ímpetus de cambiar la forma de hacer política.
Una nueva forma de hacer política era una definición que encerraba una promesa y le ponía marco casi generacional a los protagonistas del cambio que se propugnaba. Una política sin los viejos vicios de los puestos repartidos y sin los antiguos rencores de la tradicional dirigencia. Una nueva política basada en la honorabilidad de sus cuadros en los que no hubiera antecedentes judiciales ni investigaciones de Procuraduría ni enredos con la Contraloría. Una política para un país de ángeles, gemían los enemigos de Galán y del Nuevo Liberalismo como una forma de combatir a esa nueva sangre que corría cada vez más impetuosa por todo el país.
Más allá de frases y de eslóganes, el ejemplo que Galán daba era el de un político escrupuloso y de un hombre estudioso. Galán era un hombre muy serio. En lo público y en lo privado. Me consta. Pocas veces se permitía conversaciones blanditas y conclusiones laxas. Sonreía, sí, con la sonrisa dulce que tenía y entonces los ojos severos le brillaban más. No se permitía muchas licencias lúdicas y era de gustos austeros. Tan serio era –que no llegaba a la sicorigidez porque siempre se rodeó de amigos chispeantes— tan serio era que alguna vez me sorprendí al oírle que su gran frustración era no saber tocar guitarra. Tenía tal vez agazapada una bohemia que nunca desató porque desde muy chiquito se metió a grande y los 45 años que tenía cuando lo asesinaron ahora hace 20 los vivió entre estudios, libros, ensayos, campañas, discursos, debates y una familia de tres hijos que tuvo con Gloria Pachón, su amor de toda la vida, su cómplice y su correctora de estilo literario. Me consta.
Galán tenía una fascinación por entenderlo todo. Por eso estudiaba tanto. Creó, por ejemplo, unos cuadernillos de Documentos que publicaba con la revista Nueva Frontera, en donde quedaron para la historia parte de sus preocupaciones. Documentos que se referían al tema del agua, de la vivienda, de la salud, de la educación que era su goma. Fueron Documentos propios o ajenos que, recogidos, dan una idea del país que buscaba y del mundo que concebía. No eran Documentos coyunturales, de esos que se hacen para sustentar una campaña política. De esos que los políticos construyen a los trancazos cuando se aproxima la elección y entonces los presentan al electorado como su plataforma. No eran eso. Eran convicciones temáticas recogidas sin afanes electoreros, contribuciones al debate, batería pesada para enrutar esfuerzos y avizorar horizontes.
Galán tenía un compromiso con él mismo basado en su convicción de que el país había que manejarlo de manera profesional. Con conocimiento. No por intuiciones oportunistas ni por paracaidistas en busca de votos. Y ese compromiso logró transmitirlo a millones de colombianos que arribaron a la política de la mano de su carisma y de sus convicciones.
Nacido de ese compromiso por el conocimiento, de premiar la capacidad, Galán tenía también un compromiso con la decencia. Y, cuando maduraba su proyecto, cuando había sorteado los obstáculos más peliagudos del procedimiento político colombiano como regresar a las huestes del liberalismo, cuando estaba en esas y parecía en las puertas de la presidencia de la República, se le cruzó el azar de la deshonestidad. Él, un joven puro de alma y de corazón, tuvo su mejor momento histórico en el momento de la delincuencia más arrogante y rapaz. El encarnaba el país decente y expósito al que debía salvaguardar. Y enfrentó con ideas y discurso al país criminal y sin agallas de un narcotráfico en su furor aliado con dirigentes que vieron en Galán un enemigo que ponía en evidencia sus corruptas prácticas políticas. Lo asesinaron. Colombia perdió a Galán, su capacidad, su conocimiento. Su ejemplo.