Luis Alberto Álvarez
Cinco años de ausencia de este maestro de la vida para muchos en Colombia, que sigue vivo en los efectos que produjo. Sacerdote del arte
Vivió hasta el último suspiro haciendo un homenaje constante a la vida: disfrutando la belleza ahí donde se produjera o produciéndola. Dándole a la inteligencia y a la sensibilidad un riego de goteo para crecerla y multiplicarla. Luis Alberto Álvarez fue para los que lo conocieron el tesoro de un ser humano de los que se puede tener de muestra; y a los que no lo conocieron por alguna parte se les cuela a la hora de leer, ver cine, oír música o poder disfrutar el “legado de Luis Alberto Álvarez”: sus libros que en una sala especial están en la Biblioteca Central de la Universidad de Antioquia; su música que está en una sala en esa misma biblioteca, o en la sala de cine Luis Alberto Álvarez en el Bloque 10 de la ciudad universitaria, donde se presentan las cintas que más le gustaron.
Luis Alberto murió de lo mismo que había vivido, murió de corazón, en un quirófano donde un quirófano iba a tratar de ponérselo de una talla más manejable. Pero la vida de él, su capacidad de entregar a personas de cualquier edad o condición, que sólo se acercaran a él con ojos y oídos despiertos fue una aventura de todos los días. Cuando era un niño despertó al cine en aquellas salas a las que iba a ver seriales como Flash Gordon o Jim de la Selva, que seguían a la semana siguiente. También juninió y miró uniformes que pasaban, en especial “los de marineritas de La Enseñanza”. Iba a comer esquimos al Astor con esa función que después tuvo que devorar todo lo que le gustaba y que más adelante iba a controlar con unas agujas que se ponía en las orejas “que le quitaban el apetito”. De adolescente fue a oír lo que los Nadaístas decían y a él le salía por el otro oído, pero tenía horas de conversación con Juan camilo Uribe, el hoy artista, que entonces era su compañero de San Ignacio, con el que hacía películas inventadas, diseñaban sus afiches, escribían cuentos y hasta logró hacer una pequeña obra de teatro que montó de verdad con un reparto donde había hasta un ex alcalde de Medellín, entonces de pantalón cortico.
Aprendió muchas cosas de maestros precisos: un profesor llamado José Fernando Ocampo que se salió de cura pero logró meterlo en la historia como en un cuadro que todos los días se completa; al arte moderno llegó por Guillermo Hoyos, el filósofo que entonces enseñaba en San Ignacio; al cine llegó porque en Italia un jesuita lo indujo y de qué manera; la música la aprendió a oír con un odontólogo que la usaba como la mejor relajación; a ser un muchacho normal aprendió con sus primos: las matemáticas y la literatura las encontró en Mario Escobar Velásquez el escritor; a gustarle el mundo intelectual aprendió con sus compañeros; a la idea de irse de cura llegó en quinto de bachillerato, por el Concilio Vaticano II con la nueva tendencia de abrirse hacia los artistas, filosofía aprendió con los claretianos, los hermanos a los que eligió; a vivir placenteramente sin represiones y sin ambiciones de poder ni de dinero aprendió en su familia; a estar solo llegó por sus dos hermanas mayores que siempre estaban dejándolo a él con él; a ser afinado y cantar con voz de barítono aprendió con Carlos Vieco; a hablar italiano aprendió de las óperas y por eso usaba palabras del siglo pasado; el alemán lo aprendió en ese sitio donde dejó prendad su alma y donde también comenzó a tener un raciocinio y una estructura de pensamiento lógico; el inglés y el francés los bebió en las películas que se veía hasta sabérselas; a ser un artista de todos los días, de todas las artes, de todos los gustos, aprendió teniendo una constancia y una sencillez de las que carece este país y por lo que se lamentaba que dilapidáramos tanto talento entre nosotros; a estar siempre con jóvenes, oírlos e inducirlos en los placeres del arte aprendió Luis Alberto por Luis Alberto, un niño que nunca dejó de serlo adentro de él.
Los festivales de cine en Colombia y en el extranjero a los que fue un habitante y un invitado habitual volvieron popular su figura “fellinesca” para unos; “papal” para otros. Su sentido sensato y constructivo de mirar el mundo con ojos críticos y acercar el afecto a todas las cosas como una manera de estar vivo en el tiempo que nos ha tocado, lo han hecho inolvidable, durable, amable. Luis Albertos es lo que nos faltan, por lo menos uno para cada generación que viene. Amén.
Mayo 2001