la consecuencia
sitio de Ana María Cano y Héctor Rincón

Regionalismos trasnochados
Columna en revista Cambio

Como una obstinación en el premodernismo, que es un pariente mental muy próximo a la edad de piedra, en Colombia se sigue usando el regionalismo como táctica para calentar ánimos y para convocar solidaridades y también para legitimar poderes, vamos a ver si me explico.

Primero que todo ya casi nada es local. La globalización, calentamiento incluido, está sonando desde hace añísimos cuando los gurús de la economía pronosticaron que en el siglo XXI no habría ni siquiera banderas nacionales y que se impondrían, como se impusieron, las trasnacionales ubicuas, sin pasaportes y sin fronteras.

Una empresa –diga usted la Sony—es de todas partes porque de todas partes se surte y en todas partes vende. Recibe aportes de mano de obra de Vietnam y de República Dominicana; estos enchufes los hacen en Eslovenia y aquel cuchuflí en Perú. Y así es. Fácil de entender porque es muy sabido; una bobada tener que escribirlo pero es para llegar a la concepción colombiana de lo que es local y lo que es nacional, lo que sucederá a partir del próximo punto y aparte.

Por las ínfulas de grandeza que se dan (que nos damos) en Bogotá, resulta que todo lo que sea de Bogotá es considerado nacional. Puedes tener la mentalidad más rudimentaria pero habitas en Cedritos, entonces eres nacional. Listo. Pero si vives en Cartagena y surcas el cosmos y te movilizas por el conocimiento que ofrece el planeta todo, no importa; eres local. Provinciano.

Y así sucede con las empresas. Aún hoy en épocas de lo que ya dije, en Colombia la sede administrativa de una compañía se sigue prestando para que le califiquen su amplitud. Si no es de Bogotá, claro. Porque si es de Bogotá automáticamente es nacional. Olímpica hay por todo el país, pero se obstinan en rotularla de Barranquilla. Y Varta, de Manizales. Y Bancolombia, que se llama como se llama y presta servicios dentro del país en todas partes y por fuera de Colombia en muchas más, la ubican en Medellín.

En esta premodernidad en el Valle del Cauca están ahora tratando de revivir épocas muy pasadas de la vuelta a Colombia en bicicleta. Intentan volver a un regionalismo trasnochado como componente importante de un negocio serio. El negocio de la Empresa de Energía del Pacífico, que genera el ocho por ciento de la electricidad de Colombia.

La Epsa nunca ha sido de empresarios vallecaucanos y desde hace quince años ha cambiado en manos foráneas: ha sido de empresas globales con sede en Estados Unidos; de lo mismo con sede en Venezuela; y de grupos de empresas españolas que se la vendieron a otro grupo de empresas españolas. Pero ahora que está otra vez en venta han surgido ímpetus regionalistas para oponerse a que en el negocio se meta Colinversiones que por esa concepción de lo local y de lo nacional, los mandamases de Cali creen que es una empresa antioqueña. Y así proclaman, henchidos de vallecaucanidad, para enardecer a la gente tan dispuesta siempre al malhumor y a ponerse camisetas por estos asuntos.

Resulta que Colinversiones tiene sede en Medellín, porque en alguna ciudad hay que tener los muebles. Tiene propiedades de generación eléctrica en Santander, en Atlántico y en Antioquia, y muchos otros negocios por todo el país. Y accionistas en todas partes: el treinta y seis por ciento de sus acciones están en manos de los fondos de pensiones cuyos dueños son unos cinco millones de colombianos.

Ojalá el negocio de la Epsa quede en manos vallecaucanas. Pueda ser que la vaca regionalista que está haciendo el gobernador engorde hasta conseguir esa propiedad que está valorada en 2,1 billones de pesos. Y que ese sea el comienzo de una nueva historia de pujanza desde Cali, pero no por vencer a un oponente regional que no existe, sino como una convicción de que el país necesita más empresas y más empresarios activos, laboriosos y creativos. Y contemporáneos: que entiendan la globalización, que de ella se nutran, y que no echen brasas a disputas regionalistas baratas.

Héctor Rincón