En enero de 2001, Jairo Dueñas, director de la revista Cromos en ese momento, hizo un reportaje a Héctor Rincón. Lo tituló con la frase “Siempre quise ser un mantenido”. Dentro de ese reportaje publicó este cuestionario:
¿Periodista de la vieja guardia?
¿De la vieja guardia? No. De la vanguardia. Siempre he sentido el cambio del viento y toda la vida he propuesto nuevos formatos, nuevos lenguajes y nuevos medios. Siempre adelante.
¿Desde cuándo y por qué le dicen «El zorro»?
Desde una época entrañable en la que andaba en jauría con La Chiva (Cortés), acompañaba a Daniel Samper a buscar un León (el del Santa Fe) y Pilar Tafur iniciaba su colección de Búhos.
Lo que más le cuesta dejar del oficio.
No dejo el oficio. He sido periodista toda la vida y lo seré toda la vida. Dejo la actualidad inútil, la actualidad inconstatable, la resbaladiza, la embustera. Y lo que más cuesta es dejar la adicción a estar informado de tantas pendejadas.
¿Con cuántos años se jubila un periodista?
Legalmente, es una legislación muy compleja y llena de dependes. Depende de tiempos de cotización, de la edad. Pero vitalmente hay periodistas que recién comienzan que ya parecen jubilados porque han agotado la curiosidad. Y otros veteranos durísimos de jubilar quizás porque le temen a enfrentar la vida personal, porque están muy apegados a los reflectores del poder. O porque les da la gana.
¿Qué hay que hacer? ¿Fue dura la pelea con el Seguro?
No jodás… Yo no soy, ni me volví experto en parágrafos de la legislación. En lo que me volví experto, por obstinación, fue en soñar con poder disfrutar de una pensión después de 40 años de entregarle plata cada mes al Seguro Social con mi sueldo de periodista, porque en mi vida no me he ganado un solo peso que no sea con el periodismo. Ya era hora de conseguir una de mis metas: ser un mantenido.
¿Cuál es su receta para «comer años»?
Si te referís a este aire juvenil con el cual me describen algunos, quizás se debe al desenfado. A no tomarme en serio. A no hacerle concesiones al poder que te exige compostura, tiesura, modales, saco y corbata.
¿Amigo de las cremitas rejuvenecedoras, de las vitaminas, de los masajes?
De todo ese arsenal, lo único que uso son los masajes. Que me relajan tanto como las conversaciones con Natalia, mi masajista.
¿…?
No te riás… Son masajes-masajes, de terapista, no son masajes con vodka servido y música ambiental…
¿Más mujeres que trabajos en su vida? ¿Cuántas? Alguien lo calificó de enamoradizo. ¿Jubilado también en ese campo?
A las mujeres hay que trabajarles mucho. Todos los días de los últimos 32 años le he trabajado a una que es la mujer de mi vida. La que me ilumina, la que me ampara, la que me soporta. La mujer con la que iría hasta Casiopea en auto-stop. Y sí, es cierto, soy mujeriego porque me encantan las mujeres, todo lo de ellas, empezando por sus puntos de vista y sus complejidades.
¿Qué piensa del matrimonio? ¿Cuántas veces lo ha ejercido?
Solo me he casado una vez con todas las de la ley y ese matrimonio duró poco en tiempo aunque de él hubo dos hijos eternos, hermosos y cercanos. En cambio la relación con Ana María que ya lleva 32 años no ha necesitado matrimonio.
¿Y la paternidad?
El privilegio de tener una compañía, el honor de ser testigo de unas historias de vida.
A su edad y con el kilometraje que tiene, ¿En quién cree?
En las reflexiones y en las palabras de Ana María, en el sentido del humor de mis hijos, en sus carcajadas de sobremesa, en sus asombros. En la puntualidad de Venus al anochecer, en el sentido colectivo de Andrés Iniesta, en el milagro cotidiano de la aurora cuando pasa por mi casa, en el poder creativo de Shakira, en el esfuerzo hasta el heroísmo de Rafael Nadal.
Lo primero que se le pasó por la cabeza cuando se concretó una fecha oficial de la jubilación.
Me pregunté en soledad si era cierto que quería retirarme y si en realidad estaba lista la tarea que me había impuesto de demoler el ego. La respuesta fue un sí rotundo y un brindis con los de mi casa.
Con la mano en el corazón ocioso, ¿Desde hace cuánto esperaba ese día memorable del retiro?
Desde el momento en que noté que mi disco duro se estaba llenando de información deleznable. Que tenía en él, por ejemplo, el nombre del Gobernador del Casanare encargado y el de alias Jabón y de alias Carecuchillo y los procesos de la parapolítica y esos etcéteras que quiero borrar. Ay.
Lo primero que hizo el 17 de diciembre de 2010 cuando se jubiló.
Quise llorar cuando se terminó La Luciérnaga de ese día porque fue una despedida con mucha emoción. Pero no pude. Me agradecí poder retirarme así, siendo titular del Real Madrid de la radio.
Algo, una tarea especifica de su antiguo trabajo en Caracol Radio que no haya terminado y que ahora le tocara a otro completar.
Lo que quise hacer como director de noticias de Caracol, lo pude hacer por un año y medio: nuevos formatos (columnistas y programas), recuadros e información con contextos, temas del día propios, fuentes de información alternativa y un muy arduo trabajo para recuperar la neutralidad del lenguaje periodístico. Lo borraron de un plumazo. Pero lo hice.
Héctor ¿Hijo nacido dónde? ¿De quién con quién? ¿Entre cuántos hermanos? ¿Familia de estudiosos o de negociantes? ¿Usted era el de mostrar o el de esconder?
Hijo de los menores de una familia de diez, una urdimbre de temperamentos y de oficios, esforzados todos. Todos hijos de unos padres a los que nunca les sobró nada distinto al amor y a la honestidad. Suficiente equipaje.
¿Qué quería ser cuando pequeño?
Periodista como mi papá, Hernando. Y como Fabio, mi hermano. Cuando iba a cumplir 18 ya lo había conseguido.
¿Al mirarse al espejo, cuando joven, qué pensaba de su pinta, de su cuerpo desmirriado y flaco?
Que necesitaría Emulsión de Scott con aceite de hígado de bacalao, pero que eso sabía muy maluco.
¿Alguna vez en su vida estuvo en peligro? ¿Tuvo algún accidente?
Sin duda, como a todos, la muerte debió estar esperándome en alguna curva, en alguna esquina. Y en aquella noche de la autopista norte en Bogotá cuando sonó el estrépito de ese choque del cual salí ileso.
¿Cuándo empezó usted a trabajar y en qué?
En el abril del año en cuyo noviembre cumpliría 18 debuté como pichón de periodista. No he sido otra cosa. Ya le dije: ni un solo centavo me he ganado en esta vida que no sea con el periodismo.
¿Se acuerda de cómo fue la jubilación de su papá? ¿Fue un momento feliz o dramático?
Jubilarse entonces, en el tiempo de mi padre, era una manera de entrar al desempleo y a la parálisis cerebral. Es que no había sino bancas en los parques y tinto en en las cafeterías. Pero con toda esta tecnología de ahora, con todo este conocimiento al alcance de un clic, entretenerse es cuestión de deseo. Basta un botón para quedar en vivo frente a la Liga de Campeones de Europa o frente a los torneos de tenis. Y en HD.
El momento más afortunado y gratificante en su carrera.
Haber compartido lo mejor con los mejores: trabajé con Yamid Amat en su grupo de las mañanas; con Hernán Peláez en La Luciérnaga; con Daniel Samper en prensa escrita; con Javier Darío Restrepo y Mauricio Gómez en televisión. Y fundé La Hoja, el periodismo escrito que soñé hacer como me dio la gana y sin pedir permiso.
El más desafortunado y desagradecido.
Ante tantas flores en el ojal como pude ponerme, ninguna amargura logra hacerme una caries ni en los recuerdos ni en el corazón.
Su gran embarrada en el oficio.
Un embuchado adolescente muy largo de contar y tan risueño que tiene características de comedia. Ocurrió cuando llevaba dos meses en el periodismo y quizá porque estaba sediento de lo que llaman chiva terminé por mal informar y originar un escándalo que concluyó con el cierre de la emisora de RCN en la cual trabajaba. Sobreviví.
Lo que siempre quiso cambiar del periodismo y finalmente no pudo.
La consulta de fuentes distintas a las habituales que han monotematizado la información. Y la búsqueda y hallazgo de un lenguaje vigoroso, ciento por ciento periodístico, que no esté contaminado de la jerga de las fuentes tradicionales y dominantes.
Pensando en su sueldo, ¿usted se considera un periodista de la base o de la cumbre?
Frente a la deprimente media general, estoy por los lados de un premio de montaña de primera categoría.
¿Es millonario o quiso serlo?
No puedo ocultar que vivir como vivo y en donde vivo, se parece mucho a ser millonario. Sin que lo necesite para vivir contento porque pertenezco a la austeridad y sin que lo hubiera buscado como obsesión.
Su mayor acto de derroche en su vida.
Haber vivido dos años en París, usufructuando una beca que le otorgaron a Ana María junto a 30 periodistas del mundo. Así puede estudiar, entender y, sobre todo, caminar sin perderme por cualquier recoveco de la ciudad más hermosa del planeta.
En esta etapa que ya no existe la excusa de falta de tiempo ¿Cuál es ahora su principal reto?
Ordenar mi reloj biológico hasta que entienda que todos los días son sábado.
La pregunta obligatoria: ¿Habrá memorias?
Lo que me siga saliendo de memoria lo seguiré escribiendo. Para mí. Para los míos. Para divertirme y desahogarme. Sin pretensiones de coronar Hay Festival.
¿Usted es otro escritor frustrado como algunos periodistas en uso de buen retiro?
Qué va. He escrito y escrito y escrito. Se ha publicado algo de lo que escrito tres libros. Y sigo escribiendo porque lo que me gusta es la mecanografía, como dice Eduardo Escobar.
¿Qué dejó de hacer por dedicarse al periodismo?
Dejé de ir a cine, maldita sea. Ahora recuperaré el tiempo perdido o lo intentaré, pero ya no veo el tiempo para cumplir mi sueño de ser director de cine.
¿Cómo se ven los toros de La Luciérnaga desde la barrera?
Lúcidos, como siempre. Imprescindibles, como siempre. Hijuemichicas, como siempre.
¿Qué tal Hernán Peláez? ¿Qué tal Gardeazábal? ¿Con quién peleaba más?
Todos, incluidos los que no van a aire como Jairo Chaparro, el libretista, forman un equipazo sin par. Maduro, profesional, disciplinado. ¿Y Hernán?, de lejos, el mejor número 10 de la radio.
¿Qué se siente ser un hombre libre?
Mi sensación es haber sido libre siempre. Porque siempre he trabajado donde me he sentido a gusto y nada más. Y siempre he dicho lo que pienso. Ahora estoy libre de horarios que es mi gran logro. Los lunes al sol.
¿A quién le sacó esa voz?
No fue de gritar goles porque soy hincha del DIM. Así me tocó. Garganta como la mía, como decía Hebert Castro.
Alguna vez se imaginó que con esa ronquera iba a terminar en la radio. ¿Le encuentra alguna moraleja al cuento?
La radio de voces almibaradas y cristalinas es historia de los años cincuenta. Se puede tener una voz muy bonita, sí, pero ¿qué dice?
Y el poder para qué.
Para ir a cine a las tres; para ver sin interrupciones la Champions; para sacar vacaciones en febrero y en abril y en octubre si quiero; para perfeccionar mi receta de chilaquiles; para leer noticias de astronomía y no de Procuraduría. Para releerme otra vez y otra vez y otra vez Cien años de soledad.