El edén de Matute
Humboldt, el barón Alejandro de Humboldt, escribía que las copas de la alta ceiba, la ocotea y el Anacardium excelsum o Caracolí descollaban como archipiélagos sobre este mar brumoso del caribe, y seguía escribiendo así, explayado y silvestre, sobre lo que sentía ante una naturaleza que se desparramaba en sus ojos en aquel comienzo del siglo XIX cuando estuvo por Turbaco.
Habló de los riachuelos que brotaban copiosamente, del aire celestialmente puro, de las plantaciones de plátano guineo y de las grandes cantidades de bambúes que sonreían desde el desierto con amistoso verdor. Y más: que poco después de la salida del sol reposaba la niebla en el valle y que en ninguna parte de Suramérica había oído cantar las aves tan tiernamente, con gorjeos tan hondos, como en los alrededores de Cartagena.
Si Humboldt, si el barón Alejandro de Humboldt, volviera hoy, doscientos largos años después, a estas tierras y se adentrara en el Jardín Botánico Guillermo Piñeres, en Turbaco, podría describir el mismo aire cristalino y relatar la transparencia de los ojos de agua que allí brotan y asombrarse de la magnitud del caracolí de quinientos años que ha crecido y crecido impetuoso e impecable en la mitad de este edén que tiene nueve hectáreas y que queda a media hora de Cartagena.
Matute se llama el sector en donde está. Es un terreno ondulado que se desprende de la meseta que da asiento a Turbaco. Está en un piso térmico cálido, a ciento treinta metros sobre el nivel del mar, con una temperatura que no sobrepasa los treinta grados, templados siempre por la brisa y por las sombras de las miles de plantas que conforman esta colección viva, pertenecientes a noventa y siete familias que agrupan a cuatrocientas noventa especies registradas, además de los doce mil y tantos ejemplares que hay en el herbario y que constituyen un inventario de la flora caribe.
Todo eso representa, apenas en cifras escuetas, el ensueño constituido como fundación en 1977 mediante un gesto filantrópico de doña Maruja Jiménez Pombo de Piñeres como homenaje a su esposo que había fallecido, y acogido al comienzo como mecenas por el Banco de la República. El bosque, que en la vecindad llaman Matapuercal, fue valorado como una joya botánica por el ya mítico Richard Evans Schultes y planeado como jardín botánico por dos leyendas más: los botánicos Víctor Manuel Patiño y Hermes Cuadros, apoyados en la arquitectura paisajística de Graciela Domínguez.
A través de dos mil metros de senderos, los visitantes se aproximan al patrimonio vegetal del Caribe. Allí están las especies más representativas de la región: el camajorú, el indio en cuero, los robles, el carito. Y la ceiba de agua y el cedro y el caracolí, que es como un rey sembrado en la mitad del jardín. “Árbol de los manantiales” lo llamó Humboldt, ya que busca el agua y la capta también, con una copa tan alta y una sombra tan amplia, que sólo pueden atraer más vapores y recibir más gotas de rocío, al tiempo que impiden la evaporación a nivel del suelo.
Ahí está. Y está un ejemplar erguido y de tronco redondo y ramas extendidas, un Cavanillesia platanifolia, un macondo, que cuando le golpeas el tallo retumba. Y copeyes, de las moráceas, Ficus sp., de esos hay varios. Pero hay uno sobre todo, un gigante de raíz insolente, que se levanta en la zona de bosque intocado, porque el jardín conserva una parte, la de arriba, como reducto selvático en donde duermevelan las iguanas y anidan los carpinteros y se oyen los estertores de los monos aulladores que van llegando cuanto te sienten.
Todo eso hay en este lugar, que tiene seis ecosistemas representativos: herbal, o colección de plantas medicinales; arborétum, palmétum, frutales, ornamentales y xerofíticas, bañados todos por los ojos de agua que manan en abundancia y la mayoría irrigados por el arroyo Matute, tan trascendental y tan prodigioso, que hasta el amanecer del siglo XX surtió de agua a la Cartagena que está allá, contra el mar, complacida de sus otras joyas sabidas y relamidas, pero ignorante culposa, tanto la nativa como la turística, de que aquí existe este templo de la clorofila y de los colores y del aire. Ella se lo pierde.
Resumir la vastedad de la vegetación caribe, como se lo ha propuesto el jardín Guillermo Piñeres, es tarea histórica. Y heroica. Porque además de todo lo dicho, de los maderables, a los que se agregan los ejemplares de caoba y de carreto y de polvillo, están las especies nativas de zapotes, mamey y níspero y caimito. Y en el palmétum, en cuya riqueza de veintitrés especies también se extasía la actual directora científica del jardín, Adriana Tinoco, en el palmétum hay palma de corozo, de coco, palma botella, abanico, triangular, mariposa y la más, la que más usos tiene, la palma de vino.
Plantas útiles para el hombre, como definió Schultes, de quien ya dije que estuvo por Turbaco, como estuvo Humboldt; como han estado tantos otros científicos del mundo que encuentran en este santuario motivos para el asombro al encontrarse con tanta belleza y con tanta opulencia vegetal para seguir creyendo en la vida. Y en la felicidad.
En letra cursiva
El jardín botánico de Turbaco es una grandísima representación de la apreciable flora que se puede observar en la región Caribe. Un panorama de majestuosos árboles tan representativos de la región como es el caso del caracolí (Anacardium excelsum), que hace parte de las anacardiáceas. Y de el macondo (Cavanillesia platanifolia) igualmente conocido como barril o bonga en otras regiones del país, y el cual pertenece a las malváceas, misma familia de las ceibas e inclusive de algunos árboles del Caribe conocidos generalmente como zapotes (Matisia sp.); excepción hecha de la ceiba de agua, mejor conocida como ceiba blanca, que pertenece a las euforbiáceas. Pero el fruto que comúnmente llamamos zapote (Pouteria sapota) pertenece a las sapotáceas, la misma familia del níspero costeño o chicle (Manilkara zapota). Entre esta variedad de especies de plantas, sobresalen por sus colores el roble del Caribe (Tabebuia rosea), una bignoniácea, y el árbol conocido como indio en cuero o indio desnudo (Bursera simaruba), una burserácea
Estos árboles comparten el paisaje con las plantas más características de la región Caribe, las palmas o arecáceas. Entre ellas se pueden ver los reconocidos cocos o cocoteros (Cocos nucifera), la palma coroza (Elaeis oleifera), hermana de la palma de aceite o palma africana (Elaeis guiinensis), la palma abanico (Pritchardia pacifica) y la palma de vino (Attalea butyracea), conocida como canambo en Caquetá y Putumayo, como chapaja en el Amazonas y como coroza en el valle del río Magdalena.
Con todo esto, el Jardín Botánico de Turbaco, también nos da la oportunidad de apreciar las plantas útiles de la región Caribe. Especialmente aquellas, que brindan grandes ingresos económicos a la región, como es el caso de los árboles maderables, muchos de los cuales pertenecen a las meliáceas, como el cedro (Cedrela odorata) y la caoba o palo santo (Swietenia macrophylla).