la consecuencia
sitio de Ana María Cano y Héctor Rincón

Savia Caribe.
Plantas medicinales.
Por Patricia Nieto.

Medicinales del caribe

Patricia Nieto

La Ñata está sentada en su silla de permanecer. Entorna los ojos azules mientras oye las dolencias de quienes atraviesan las sabanas del Caribe en busca de su mirada escrutadora de materia y espíritu. Escucha cómo dicen los enfermos que les duele, les supura, les transpira, les pica, les arde, les mortifica el cuerpo. Luego, pregunta por esa carne: edad, color de   ojos, estatura, contextura; y va a indagar por las angustias y las penas. Percibe el pulso del paciente y enumerara las plantas que cocidas, maceradas o exprimidas ayudarán al buen vivir o al morir sereno de sus pacientes. Es, esta bisabuela, la más reputada yerbatera de la costa y vive en las primeras páginas de Toda esa gente, una novela sumergida en las selvas y las fiebres del Darién. 

La despensa de La Ñata no es otra que el Caribe pletórico de savia. En esa amplia llanura, donde los Andes declinan sus breñas para encontrarse con los vientos marinos se reproducen centenares de plantas que sirven a la ciencia de los curanderos y de los biólogos. Por esa huerta de 132 mil kilómetros cuadrados transitan buscadores como el indio que al servicio de La Ñata “viajaba como una lanzadera de tierra fría a tierra caliente, del páramo a la costa, del frailejón al chocho” en busca de hojas de papayo, pepas de almendra, maleza negra, ramas de ciprés, diente de león, semillas de borrachero y algas marinas. Y de ese ir y venir del indio, del negro, del blanco, del mestizo -que es como el de las aves y los vientos- germinó una provisión de semillas, frutos, flores, hojas, tallos y raíces aptas para curar dolencias de origen conocido o enigmático.  Vademécum que van escribiendo los botánicos al ritmo que sus experimentos comprueban y amplían lo que en el Caribe es sabiduría ancestral. 

Las plantas curativas se regaron desde los 5.777 metros de la Sierra Nevada de Santa Marta hasta Mompox; desde el Paramillo donde se desanudan las serranías San Jerónimo y Ayapel hasta las huertas que crecen en San Andrés y Providencia, desde Castilletes en la soledad de la Guajira hasta Tiburón en la boca del Chocó. Por eso en todo el Caribe las voces de curanderos, jaibanás, farmaceúticos, biólogos y bioenergéticos repiten nombres de plantas conocidas en toda la región y advierten que la riqueza medicinal de la flora Caribe está por descubrir, inventariar, investigar y patentar.  

La gente del Caribe sabe que si se baña con el jugo de las hojas del amazónico Achote  se libera de sarnas y de granos. Para lo mismo –piquiñas, zalpullidos y eccemas propios de los climas húmedos– sirven aguas y emplastos de un bejuquito de flores amarillas llamado Balsamina; y el ají picante, que en wayúu se pronuncia waimpiraicha, cura de rasquiñas y mata los hongos que crecen en la piel. También está probado que las hojas del Aguacate restauran la piel quemada, que las del San Joaquín alivian del sarampión, que el zumo de Manito de Dios evita la caída del pelo, y que la Sábila cura heridas en el colon, el estómago, el esófago y la boca.

Si los padecimientos vienen de la zona abdominal, las aguas de Albahaca y de Apio se encargan de la primera limpieza. Pero si los males son mayores, los caribes recurren al Higuerón que hervido en leche expulsa parásitos sin dejar rasquiña en el recto; a la Hierba Santa, té de los Jesuítas, que aplica para arrojar bichos y curar de la acidez y de la flatulencia pero que usado en exceso, dicen los Zenú, puede envenenar; y en caso de hinchazón grave del hígado de humanos o animales, buscan el Ultimorrial para que el enfermo beba infusiones de sus hojas verdes y rosadas. 

Los nervios alterados y las hemorragias son con frecuencia dolencias femeninas. Por eso en  las farmacias del mundo Caribe no falta la Caña Fístula pues con las aguas que resultan de hervir sus flores cesan los  ataques de histeria y con las de sus frutos se recobra la fuerza después de anemias prolongadas. Para estas dolencias – a las que se suman cólicos y jaquecas– la naturaleza creó un arbusto de hasta ocho metros llamado Nigua que ofrece sus hojas para aliviar de cólicos y sus flores para comienzos de fríos; la Ruda, europea, lampiña y carnosa, que según como se use puede ordenar el ciclo menstrual o provocar abortos; la Singamochila (Pitipiticorre para los  Emberá y Cascajera para los Cuna) destruye los miomas del útero con lo cual cesan las hemorragias vaginales y sirve, si el caso lo requiere, para mermar la energía sexual. Y también está ahí, casi a ras de suelo, el Toronjil del que se extrae un efectivo sedante llamado Agua Carmelitana.

Para los males de bronquios y pulmones está a la mano la Caraguala que cocida con hojas de Totumo Cimarrón, Culantro y Orozú repone de gripas y de asmas. Y dispone también el Caribe de la Bija Blanca de cuyo tronco, si es quemado, sale incienso y, si es hervido se obtiene bebida para la tos; de la Anamú, que alivia el dolor de muela, acelera los partos, calma del dolor de huesos y ayuda a respirar mejor pues controla la tos y cura de sinusitis. Para el tifo, una infección que producen los excrementos de las pulgas alojados en la piel, disponen los caribes de la corteza de la Quina Indígena que convertida en bebida caliente alivia en nueve días. Si el mal viene por los ojos hay Cotorrea que diezma terigios; Matarratón para aliviarse de la conjuntivitis; Tamarindo de Monte para curar ardores en los ojos y dolores en las muelas; y Llantén, el agua de siete hojas al sereno, para sacar sucios que nublan la vista, mermar la rasquiña y quitar la lloradera.

En el Caribe se sabe que no se sana el cuerpo sin cuidar el espíritu porque son uno como el universo. La Ñata, de quien venimos relatando, toma una lupa y ausculta los ojos del enfermo; tal es el poder de esa mirada que sus pacientes dicen sentirla llegar hasta las tripas, hasta la misma conciencia. Para surcar los pliegues del alma y limpiar las penas que se salen por los ojos, las bocas y las pieles como energías malignas, palabras bravas o podredumbres pestilentes, se conocen plantas prodigiosas.  La Bija Roja, Palisse, es una de las rastreras que florece en la Makuira cuando llueve. Una vez hervida y bebida se presenta como humano en los sueños de los enfermos y los libera del padecimiento. Para los niños vencidos por el  vómito después de que una persona los mira con maldad o atrapados en episodios de llanto, miedo y desesperación porque su espíritu fue arrastrado por viento maligno están la Albahaca, la Cascarilla, la Malba, la Caraña y el Miao de Perro. Y también persiste en la Sierra Nevada de Santa Marta un arbusto llamado Erythroxylum coca que presta sus hojas verdes, intensas para abrir los pulmones, estimular la mente, aliviar dolores y acercarse, en soledad y silencio, al propio espíritu que es la conexión vital con el cosmos. 

Fuentes consultadas 

Arango Arroyave, José Ubeimar y otros. Etnobotánica medicinal practicada por las comunidades Senú de Necoclí. Organización indígena de Antioquia. Fundación Suiza para la Cooperación al Desarrollo. Asociación Indígena del Cauca. 2007

Asociación de Productores Agropecuarios Alternativos. “Medicina veterinaria tradicional de los indígenas Zenú. Resguardo de San Andrés de Sotavento. Medellín. 1999.

Asociación de Productores Agropecuarios Alternativos de San Andrés de Sotavento. Plantas medicinales y conocimiento tradicional de las mujeres Zenú. Un aporte al sistema de salud indígena. Sincelejo. 2001

Bernal, Henry Yesid. Farmacopea guajira. Cosmovisión y usos de las plantas medicinales por los Wayuu. Fondo Mixto para la Promoción de la Cultura y las Artes de la Guajira. Universidad de la Guajira. 2009.

Botero Restrepo, Helena. “Etnobotánica de la cuenca alta del río Sinú. Córdoba, Colombia”. Fondo para la protección ambiental. Corporación Autónoma Regional de los Valles del Río Sinú y del San Jorge. Empresa Urrá S.A.  Fundación Biozoo. Medellín.2005.

Zuluaga Ramírez, Germán. El aprendizaje de las plantas en la senda de un conocimiento olvidado. Seguros Bolívar. 1994. 

Ojo. Falta el libro de Mario Escobar del que sale la cita de la primera página.