Ante realidades tan oscuras como las que vivimos, cada vez hay más literatura, más cine y más televisión y más teatro que se nutre de lo que sucede pues basta mirar en redondo para extraer del entorno historias que superan la ficción; de tal manera que no hay que tener ahora una imaginación muy fértil sino una mano muy firme para ir contando la vida.
Por ejemplo lo que acabo de leer. Al terminar el relato Justos por Pecadores, de Fernando Quiroz, quedé aterrado, paranoico, herido pero, sobre todo, quedé agradecido con el autor quien se metió más allá de la boca del lobo para contar lo que sucede puertas adentro de una organización soterrada que muchos percibimos sórdida por la forma secreta con la que ejerce su poder.
Porque el Opus Dei es eso: una organización que de misteriosa ha pasado a soterrada y de ahí ha dado el brinco a la sordidez. No sabe uno dónde queda. No sabe uno porque es como clandestina. No sabe uno porque cada vez que se menciona se hace un silencio tenebroso. O si tiene personería jurídica, o si es una sociedad en comandita o es anónima, o es limitada. O si sólo está bendecida desde las alturas. ¿Paga impuestos? ¿Quiénes son de la junta directiva? En fin y en fin, y no sabe uno porque cada vez que del Opus se menciona algo suenan teléfonos y llegan correos electrónicos todos indignados, muchos anónimos y otros con firmas de señorones y señoronas con dos o tres apellidos que pretenden ser intimidantes.
Justos por Pecadores es la narración de la conciencia que adquiere un joven que ha sido secuestrado moralmente por el Opus durante años y que huye hacia el mundo y hacia su realidad cuando ya casi es tarde. Su reclutamiento sutil al comienzo y después su estadía forzada en la Congregación en donde le capturaron el alma para saturársela de miedo, son parte del relato que mereció ser finalista del Premio Planeta de este año.
Fernando Quiroz echa mano de la experiencia que vivió como pupilo del Opus, que le marcó pero que no le dejó muchas cicatrices visibles, y a ese recuerdo que le debía estar quemando le aplica una narración cálida y cautivante, sin extravagancias literarias. Y con esos elementos construye un relato verosímil y nada panfletario del cual el lector sale con la sensación de también haber sobrevivido a la encerrona diabólica vestida de santidad que le tendieron al protagonista.
Por su calidad literaria y por haberle entrado al tema, Quiroz merece varios reconocimientos. El primero tiene que ver con su camino alimentado ya por tres novelas que le dan un sitio en la actual literatura porque ha logrado un público que le distingue entre la manada de autores que por fortuna están produciendo en Colombia.
Y en el caso de Justo por Pecadores, el escritor nos ha hecho el favor de entrar en terrenos prohibidos para correrle el velo al Opus Dei y contar de sus prácticas; pero, sobre todo, para lanzar una alerta sobre los métodos de reclutamiento que se enfilan contra adolescentes que lo son en todo el sentido del término: personas que adolecen de criterio, que adolecen de amor, que adolecen de ideologías y que por todo ello, y porque tienen familias adineradas, son susceptibles de caer en las telarañas que les tienden los gurús que venden pecados y el infierno para extorsionarlos. Porque es una obra muy agradable de leer, porque el autor nos muestra la lucha del protagonista por cerrar las heridas que lleva y para ello llega al amor y busca el sexo, Justos por Pecadores mereció aquel premio y merece el tiempo que se le dedique. Por eso y porque siempre hay cazadores de almas merodeando por ahí, viendo a ver a quienes atrapan en sus garras camufladas y con sus promesas de paraísos por fuera de este mundo, este es un libro que debería leerse en familia. Y en los colegios, sobre todo en los colegios en donde acechan esos papasantos que en Justos por Pecadores quedan retratados de cuerpo entero.